Pierdo el tiempo.

"Quiero hacer contigo lo que la primavera hace con los cerezos"

Lovers

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viernes, 6 de mayo de 2011

tercera escena, doceavo capítulo

  

Hoy no hay música, sólo las voces de ambos que parecen querer ganar el combate de quién es más rápido con las palabras, con lo que ella no cuenta es con esa sensación de rabia mezclada con risa y encanto que la recorre cuando se mete con ella y que le hace perder su credibilidad cuando le dice que lo odia.
  Paran en un bar que él se empeña en enseñarle. Se sientan uno enfrente del otro y ella no puede evitar pensar en lo terriblemente atractivo que le parece cuando rodea con suavidad el botellín de cerveza y se lo lleva a la boca.
  La luz es anaranjada y le da un toque cálido al lugar junto con los bancos y mesas de madera. Afuera el viento azota los árboles y le revuelve el pelo a ella en el camino hacia el coche. A él le parece de lo más divertido ver cómo quiere esconderse dentro de su propio abrigo mientras corre hacia el corvette.
  Vuelve no sabe a qué hora, pero sí más tarde de lo esperado. Él bromea haciendo predicciones de cómo correrá ella hasta la puerta de la casa. Ella le pega en el hombro y luego intenta esconder la sonrisa en una mueca arrugando la nariz.
  Entonces sale, y el viento vuelve a jugar con su pelo y sus tacones hacen música en la acera hasta que abre la puerta con sus propias llaves y, antes de cerrarla, mira otra vez el corvette, que espera hasta que ella ha desaparecido dentro de la casa con una sonrisa que, esta vez, le es imposible esconder. 




lunes, 4 de abril de 2011

Primera escena, doceavo capítulo



Cumple su palabra. Allí está todos los días de la semana, esperándola, arrancándole una sonrisa por unas cosas o por otras. Pero no sólo está allí justo cinco minutos antes de que acaben las clases todos los días de esa semana, sino que también de la siguiente. El corvette parece formar el cuadro de una foto de los setenta, junto con la calle adoquinada y los sauces con esas hojas encantadoras que a ella le hacen soñar.
  Ella se descubre esperando a que acabe la clase para ver si hoy también ha venido, para sonreírse a sí misma y que Claudia la mire con esos ojos de sospecha y a la vez de felicidad.  
  No sólo su amiga sospecha, todos sospechan. Claudia intenta sonsacar información pero ella sólo se echa a reír cuando le saca el tema. Chris la mira receloso y apenas le dirige la palabra. A Víctor le alegra ver el cambio, notar lo poderosa que es la fuerza de ese chico, cómo ha sido capaz de hacerla olvidar. Mateo se pregunta si todas las bromas que le gasta acerca de Andrew tendrán su parte de verdad.
  El primer fin de semana, ella incluso lo echa de menos; parece que le falta algo, que no se siente completamente cómoda si no está. Luego se recuerda lo mucho que lo llega a detestar a veces.
  El segundo fin de semana es él el que le cuenta que el sábado noche tocará en un local. Lo deja caer en forma de invitación. Ella bromea a costa de su música, él bromea acerca de su forma de hablar.
  Y ella llama a Claudia. Se pone esa falda de tubo que le queda tan bien y apenas se maquilla. Toman un refresco mientras el grupo no toca. Claudia habla sobre el chico que Graciela tiene a sus espaldas, sin dejar de mirarlo y acicalarse el pelo.
  Sin darse cuenta, entre copas que se van acelerando, Andrew sale a tocar. La busca con la mirada y no es difícil encontrarla, allí, sentada en la barra entre todo ese gentío que no se esperaban; lleva el pelo de esa forma desarreglada que tanto le gusta, con ese aspecto de sedoso que le hace querer hundir los dedos en él. Le molesta que ella no se percate de que ya han salido al escenario hasta que empieza a hablar por el micrófono y se gira, como sorprendida, y se le dibuja una sonrisa en la cara, que hace que se le eleven los pómulos como sólo ella es capaz de hacer.
  Descanso de quince minutos tras tocar unas siete canciones. Lo sigue con la mirada cuando baja del escenario por el frente, sin preocuparse en usar las escaleras. Lleva esas zapatillas viejísimas que, no sabe si por casualidad o porque son una especie de amuleto, se pone en los conciertos.
  La mira, sin darle importancia a todas las cabezas de en medio que intentan robarle esa imagen de niña buena.
-          Sabía que vendrías.
  Ella le sostiene la mirada, sin miedo alguno, incluso con un toque de burla.
-          No tenía nada mejor que hacer.
-          ¿Por eso te has pintado los labios?
-          Por si veía a alguien interesante.
  Acerca un taburete al de ella. Pide una cerveza. Luego se pierde mirándole las piernas.
-          Venga, ¿qué te ha parecido?
-          Mejor que la última vez que os he visto.
-          ¿Debo tomármelo como un cumplido?
-          Eso creo.
  Ríe y bebe de su copa. Parece animada, aunque tal vez sea efecto del alcohol.
-          ¿Y tu amiga?
-          Allí – señala a Claudia, que tontea con el chico del que no paraba de hablar -. Y creo que tienen para rato. 

martes, 22 de marzo de 2011

octava escena, onceavo capítulo

Carretera vacía. Conduce con despreocupación. Música a todo volumen como normalmente. Se respira complicidad mezclada con un extraño ambientador de pino. Hoy se ha puesto la misma imagen que siempre.
-          ¿Alguna vez has probado a peinarte?
-          ¿Alguna vez has probado a tener tu propio estilo?
  Ella pone los ojos en blanco y sigue recorriendo el paisaje con la mirada. El cielo está gris; parece que tampoco se ha tomado bien que Bruno se haya ido. Bruno, otra vez. 
-          ¿Qué quería ese idiota? – pregunta, apartando un momento la mirada de la carretera.
-          ¿Chris? – asiente, con una mueca en la cara – Tocarme las narices.
-          Deberías informarle de que ese puesto ya está ocupado.
  Se contagia de esa sonrisa de niña, de esos ojos que sonríen también.
-          Tú sí que eres idiota.
  Pero se percata de esa nota aguda, como queriendo decirlo en serio pero sin poder.
-          Vaya si lo soy, me he decidido por venir a recogerte toda la semana…
-          ¿Ah sí?
-          Así ese tal Chris se enterará de que no tiene nada que hacer. 

martes, 25 de enero de 2011

Sexta escena, onceavo capítulo

-          Eh, Graciela.
  Ella se gira. Frunce el ceño.
-          ¿Cómo estás?
-          Bien, supongo – se extraña de que se haya acercado, se extraña de que le hable con normalidad cuando todavía no han arreglado nada desde la última discusión. Se siente algo incómoda.
-          Bueno, me alegro – silencio. Se pasa la mano por el pelo -. Ya me han contando lo que te ha pasado.
-          Pues vaya – su cara deja poco a la imaginación. Sigue bajando las escaleras.
-          Quería decirte que… si necesitas algo, no dudes en pedírmelo.
-          No seas ridículo, Chris. No hagas como que realmente te importa lo que ha pasado. No hace falta que actúes.
-          No lo estoy haciendo.
-          Venga ya; ambos sabemos que lo que quieres es quedar bien, saber más sobre el tema o aprovecharte de mí.
  No la retiene. Es él el que se queda parado, con los labios entreabiertos y dispuestos a decir algo pero sin encontrar palabras.
  La sigue con la mirada. La ve no mirar atrás, decidida e indignada. Entra en el corvette  rojo, que no tarda mucho más en arrancar y dejarlo allí.
  Claro que se siente ridículo. 

sábado, 30 de octubre de 2010

cuarta escena, noveno capítulo


  Canta ese estribillo pegadizo y activa el parabrisas porque la lluvia de finales de noviembre nunca tiene piedad. Aminora la velocidad a medida que se va acercando al coche de adelante, parado. Parece que hay caravana.
  Tamborilea con los dedos en el volante mientras sigue cantando, es una letra amarga, melancólica, que últimamente no se le quita de la cabeza. Mira, distraído por el espejo retrovisor.
  Al principio no se fija pero luego le llama la atención una figura femenina, caminando, cabizbaja, sin paraguas, con el cabello suelta.
  Es esa melena inconfundible.
  Los dedos dejan de llevar el ritmo, como aturdidos. El coche de adelante avanza unos pocos metros y él lo sigue sin apartar la mirada del retrovisor. Cuando para, gira la cabeza para intentar verla con sus propios ojos.
  Es ella. Se está empapando. Está sola. No ha entendido muy bien la explicación de Claudia y no sabe si ella debería estar triste o contenta pero ahora parece encontrarse bastante lejos de la euforia.
  Busca con la mirada un sitio donde poder aparcar. Nada y unos metros más de avance. Ahora ya no cabe duda de que es ella, cada vez más mojada. Abre la ventanilla del lado de la acera a toda velocidad. Ella casi está a la altura del coche y parece no haberse percatado de la presencia del antiguo corvette rojo, aunque no es de extrañar cuando no despega la mirada del suelo por dónde camina.
  Tiene que hacer algo. Sabe que no es normal verla así.
  Pita y ella alza el rostro un segundo para luego volver a esconderlo. La gente con paraguas la mira.
  La lluvia entra por la ventanilla abierta. Baja el volumen de la música hasta que la canción se vuelve un murmullo entre el ruido de las gotas de lluvia.
  Grita su nombre cuando ella está a apenas dos metros. Esta vez sí que se da por aludida, se queda quieta en medio de la acera. Andrew desvía el coche hacia la entrada de una calle, justo por donde ella cruzaría si seguía caminando recto.
  Ella sigue quieta. Él vuelve a gritar, le pide que entre. Nada. Insiste y la cara de ella se descompone; hunde el rostro entre las manos y da media vuelta, intentando escapar. Él sale del coche sin pensárselo dos veces. Grita que espere pero ella sigue huyendo, como si hubiese visto a su peor pesadilla. Él corre, mientras siente, sin importarle, cómo la lluvia lo empapa. Ella choca contra un hombre trajeado y con paraguas, que se asusta.
  Y Andrew la alcanza. La nota débil, muy débil, apenas es capaz de recuperarse del choque. Le agarra los hombros y hace que dé media vuelta para poder verle la cara. Luego, se asusta porque nunca ha visto unos ojos, que han llegado a ser el súmmum de la luz, tan infestados  de negrura, que gritan auxilio, ayuda.
  La nota temblar y él también se vuelve débil. No es capaz de apartar su mirada de la de ella, ni tampoco de moverse o decir algo coherente. Y, mientras, sigue la lluvia, que no le importa que las gotitas se posen en las pestañas de ella haciendo que pestañee continuamente.
  ¿Qué es lo que ve? No quiere saberlo, habría pagado por no ver ni sentir la tristeza de ella, por no ver cómo han cambiado sus ojos.
  Entonces quiere hacerse valiente, luchar contra la debilidad, la tristeza y la negrura y le rodea los hombros con su brazo, porque siente que así la protege, y la arrastra con él al coche.
  Los pasos pesan, las lágrimas que intenta no ver pesan, el temblor pesa, las disculpas y las discusiones pesan; todo pesa.
  La gente ha dejado de pasar. Los pies se meten en los charcos. Del pelo caen gotas de agua que se confunden con la lluvia. Ninguno dice nada, parece que no hay nada que decir.
  Por una vez en su vida no le importa su orgullo. Sólo quiere ayudarla, siente que sólo ahora mismo sigue en el mundo porque tiene que ayudarla.
  Ella no opone resistencia cuando la insta a entrar en el coche, de pronto se ha vuelto una muñeca facilísima de manejar. Cuando Andrew se sienta en el asiento del conductor, ella ya ha hundido la cara entre sus manos.
  Le coge las muñecas, con delicadeza, y hace que aparte las manos para poder verla. Otra vez encuentra sus ojos, suplicando. Los ve más fijamente que nunca y es capaz de apreciar cada detalle, como ese solecito que parece rodear el iris o los estragos que han causado las lágrimas en el blanco. Y, sin más, como si nunca hubiesen discutido ni gritado, la abraza y ella se deja abrazar.
  Graciela esconde la cara en su hombro. Él siente el desorden en su interior; sí, tiene claro que está ahí para ayudarla pero no sabe quién lo ayudará a él con tanta confusión.
  La nota sollozar en silencio y le acaricia el pelo con ternura, se le antoja de seda. Sabe que no es el momento de preguntar nada, que si ahora pregunta ella no estará en condiciones de contestar.
  Ninguno se percata del tiempo que pasan así, abrazados pero a la vez separados por la palanca del cambio de marcha. Ella no quiere pensar pero imágenes e imágenes acuden, de forma inconsciente, a su mente. Lo fácil se ha vuelto difícil, lo apreciado odiado, lo bonito horrible; y todo en cuestión de minutos.
  Ella se separa lentamente, sabiendo que ya no quedan lágrimas. Él la mira un momento y luego arranca el coche. La chica sorbe por la nariz y, con voz cansada, pregunta:
-          ¿A dónde me llevas?
-          Conmigo.
-          ¿A dónde? – repite.
-          Al supermercado.
-          ¿Qué? ¿A qué?
-          Compraremos helado, alcohol y alquilaremos alguna comedia, yo soy demasiado malo contando chistes.

sábado, 16 de octubre de 2010

Segunda escena, noveno capítulo

Claudia da media vuelta. Debería haberle preguntado si él sabe dónde está Graciela, que vuelve a no coger el teléfono. Lo busca por el resto del edificio y lo encuentra caminando hacia las puertas de salida, atento, mirando a los lados.
-          ¿Estás buscando a Graciela? – le pregunta.
-          ¿Y tú qué crees?  - no puede evitar mostrarse cabreado. Le repatea buscar para no encontrar.
-          No ha venido, no pierdas el tiempo.
-          ¿Le ha pasado algo? – suena de lo más preocupado.
-          No lo creo, o no quiero creerlo. Estos días ha faltado mucho y parecía que al principio no quería coger el teléfono... pero ahora es distinto, no quiero ser pesada, pero debería contestar a mis llamadas; además, hoy tenemos un examen importante, no es propio de ella faltar, ni siquiera ahora.
-          Espera, espera… ¿qué está pasando?
-          Es Bruno, su ex novio, ha venido a verla.
  Luego se encuentra golpeando el volante una, dos, tres veces. Apoya los codos y se pasa las manos por el pelo. Se siente ridículo, aunque no sabe por qué. Arranca y pone la música bastante alta. De repente ya no tiene ganas de disculparse, ni de buscarla, encontrarla y sonreírle.

lunes, 11 de octubre de 2010

Primera escena, noveno capítulo

Andrew toma la decisión. Ha sido difícil pero sabe que quiere hacerlo. No quiere arrepentirse por más tiempo. La música se lo ha dicho, las horas con la guitarra le han confesado que es ahora o nunca, si sigue dejando pasar el tiempo ya no tendrá sentido.
  Coge el viejísimo corvette y conduce con la música alta, pensando sin querer pensar porque sabe que si recapacita mucho más acabará por no hacerlo. Le parece tardar mucho más que normalmente pero sólo es que está impaciente. A esta hora ella no tendría que tener clase.
  Salta del coche una vez aparcado y casi corre escaleras arriba. Una especie de nerviosismo lo invade. Entrará y la buscará. Pero no la encuentra. Por ningún sitio. Ve a sus compañeros; ese tal Chris que lo inspecciona de arriba abajo con odio, Claudia que lo mira con algo así como misericordia. Nadie ofrece ayuda. Sale al patio y tampoco la ve, ni en los pasillos, ni en la biblioteca, ni en la cafetería, ni en ninguna otra parte.
  Se extraña. Se pregunta dónde estará. Siente que tiene que calmar su ansia, que, si no la encuentra pronto, se volverá loco.

jueves, 2 de septiembre de 2010

Capítulo 3

- ¿Lo has llamado?
- ¿A cuál de ellos?
- A cualquiera.
- No, a ninguno.
Claudia la mira de reojo, ella ríe. Es la única que no la presiona, en realidad Chris nunca le ha caído en gracia.
- Creo que Víctor no se equivoca demasiado.
- No bromees con eso.
- Dentro de poco estarás loquita por él.
- Antes muerta.
- Te lo recordaré. Además, conozco esa mirada, es de que algo está naciendo.
No le hace ni caso a su amiga. Le da un trago a su chocolate. Ve a los lados, pensando.
- Había pensado en quedar con Chris, aquí o en cualquier otro sitio. Hoy le he llamado pero no me ha cogido.
- Sabes lo rencoroso que es, todavía le durará el cabreo. Le soltaste que estabas en la cama de otro, por una parte, es normal.
- Que se joda.
•••
Lunes. El lunes tiene algo, se nota en la cara de la gente, o quizá es el aire que sabe distinto al resto de los días. Entra en la cafetería del instituto, todas las mesas están ocupadas. Apoya los libros en la barra. Claudia no hace más que quejarse, despotrica contra alguno de sus compañeros pero ella no le presta mucha atención, se limita a asentir con la cabeza.
Echa una hojeada al ambiente del local, justo después de haber pedido una coca-cola.
- Mira, ahí está Chris. Parece que no quiere ni verte.
Exacto. Aunque ya la ha visto y sabe de sobra que se encuentra allí. Habla con sus amigos en una de las mesas redondas. Ella lo examina con la mirada: el uniforme del instituto, el cabello siempre en su sitio, los ojos intentando no desviarse hacia su dirección.
- Creo que voy a hablar con él.
Coge la botella de coca-cola y se la lleva en la mano. A Claudia no le da tiempo a contestar. Los amigos de Chris le clavan la mirada, él, en cambio, ni se molesta, quiere aparentar que no le interesa. Ella inspira antes de hablar, intentando ordenar las ideas dentro de su cabeza.
- Chris, tenemos que hablar.
- ¿Ahora quieres hablar? – No la mira. Pasa las páginas de un libro que tiene encima de la mesa, que ni siquiera le interesa – Pues bien, empieza.
- A solas.
- Lo que tengas que decir puedes decirlo aquí.
Ella entreabre los labios. Una chica interviene:
- Creo que nosotros no tenemos por qué escuchar lo que quiere decirte – le hace una seña con la cabeza, instándole a que vaya con la chica que lo reclama.
Ella le sonríe levemente, agradeciéndole su ayuda.
Chris se levanta bruscamente, enfadado, haciendo que la mesa tiemble cuando se apoya en ella para echar la silla hacia atrás. Coge la chaqueta marrón, de una marca cara, del respaldo y refunfuña un «vamos fuera» casi ininteligible.
Lo sigue, pensando qué decir, por dónde empezar.
- ¿Y bien? – saca un pitillo de la cajetilla de tabaco y lo enciende, aunque allí no podría estar fumando. Da una calada y clava los ojos marrones en ella, que se siente confusa por un instante - ¿Piensas darme algún tipo de excusa, disculparte, confesarme algo…?
- Creo que esto ya no tiene sentido.
- ¿El qué?
- Lo nuestro. Creo que deberíamos ponerle fin.
Suspira. Le da otra calada al cigarrillo y deja que el humo salga lentamente de su boca. Tiene una mueca de rabia en la cara.
- ¿Cuándo te has dado cuenta? ¿En el momento en el que te metiste en la cama de otro? – nota el tono amargo en su voz, cruel.
- Tal vez si no me hubieses echado de tu casa no hubiese acabado allí.
- ¿Así que ahora soy yo el que tiene la culpa? – está indignado. Abre los brazos, haciendo aspavientos – Genial, ¿y para esto querías hablar?
- Si fuese por ti podría haber dormido debajo de un puente y no importarte hasta la mañana siguiente.
- Entonces, ¿es una especie de venganza?
- ¡No es nada, Chris! – empieza a perder los nervios y eso que tenía pensado controlarse. Bufa. Niega con la cabeza, con desaprobación – Andrew me encontró de camino a casa mientras unos chicos venían detrás de mí diciéndome groserías y no sé con qué intenciones. Dormí en su casa porque no sé si recuerdas que supuestamente tendría que estar en la de Claudia. Mentí por ti y me echaste como un perro. No pasó nada entre Andrew y yo pero piensa lo que te dé la gana.
Ella es capaz de dar varios pasos, con la intención de alejarse, antes de que la aferre por el brazo con fuerza y la obligue a dar media vuelta. La empuja contra la pared. Tira el cigarrillo y la coge por los hombros. Ella aumenta la fuerza de su mirada, si cree que le da miedo, se equivoca.
- Se acabó.
- No me digas. Y suéltame.
Lo hace bruscamente. Entra en el local dando un portazo. Ella se queda mirando por donde se ha marchado. Se pasa una mano por el pelo. Suspira. No se había imaginado que las cosas irían así.
Se queda varios minutos fuera. Piensa en el pasado, en los principios. Parece como si siempre hubiese vivido allí y, sin embargo, unos meses atrás aún desconocía todo. Parece increíble que sólo hayan pasado meses desde que conoció a Chris, por casualidad, por aquella taza de café derramada sin quererlo. Guau, ahora se le hace difícil pensar en volver y lo que será dejar esto algún día.
•••
Llega. No se molesta en apagar la música. Sale del coche y se apoya en él. Es un buen día. Luce gafas de sol y hasta podría quitarse la chaqueta y no tener frío.
Los alumnos bajan las escaleras, algunos solos, otros en parejas, otros solos. Todos llevan uniforme, desde los más pequeños hasta los más mayores. Será difícil distinguirla de las demás, no tiene ningún rasgo físico que se salga de lo común, aunque hay pocas que lleven el pelo tan bonito.
Ella se sobresalta cuando lo ve. Intenta disimular, pero lo hace de pena. Ve a los lados, se pregunta si es a ella a quien espera o a otra. Él ríe para sí mismo y la saluda con la mano para despejar sus dudas.
- Sube – le dice cuando aún los separan varios metros -, tenemos una charla pendiente.
Lo hace sin rechistar, antes de que cualquiera lo vea con él y piensa cosas que no son.
- Vaya, ¿te has cansado de hacerte la rebelde?
- Calla y conduce, idiota.
Sube el volumen de la música, que inunda el coche. Él inspira y arranca, con una sonrisa de suficiencia pintada.
- Entonces, ¿ya has cortado con Chris, no?
- ¿Qué? ¿Cómo lo sabes?
- Verás, tengo mis contactos.
Ella se gira en el asiento y lo mira con el ceño fruncido. Sigue sonriendo y no aparta la mirada de la carretera pero sabe de sobra la cara que estará poniendo la chica.
- No me mires así, encanto.
- ¿Encanto? – La desconcierta. Intenta poner su mayor cara de asco pero sólo logra una mueca extraña. Cambia de tema – Sí, he roto con él, ¿contento?
- Oye, no sé si lo sabes, pero no tenía ningún interés especial en que lo hicieras, es más, me es bastante indiferente. Aunque, mirándolo por el lado bueno, ya tienes vía libre para ir a por mí.
- ¿A POR TI?
- Oh, venga, no disimules.
- ¡No disimulo! Creo que estás bastante confundido respecto a mis gustos.
- Mmmm… - la mira un instante, luego vuelve a fijarse en la carretera – me parece que eres una de esas que les gusta hacerse las difíciles.
- Estás mal de la cabeza – se refunfuña y se hunde en el asiento, cruzándose de brazos.
- Cuando te enfadas eres de verdad encantadora.
•••
- ¿Cómo van las cosas con Andrew? – pregunta Lidia, distraída.
- Ya le he dicho a Víctor que no hay nada entre nosotros.
- ¿Fue algo de una noche, entonces?
- ¡No, en absoluto! – se horroriza. No quiere hablar de esos temas con ella y le sorprende la serenidad con que los aborda – Ni esa noche ni ninguna otra pasó nada. Es todo una equivocación, simplemente nos quedamos dormidos.
- En ese caso, no tiene sentido que pregunte por vosotros como pareja.
Por fin alguien que la cree. La diferencia entre Lidia y su marido es que ella deja que hable y él vive de lo que imagina, sin dar oportunidad a explicaciones.
- De todas formas – añade -, hacéis una bonita pareja. Él es un buen chico aunque siempre ha ido paralelo a las reglas, se habría ido por un mal camino si llega a ser otro, pero es demasiado inteligente como para echarse a perder.
No sabe muy bien qué decir. No duda que lo que diga Lidia sea cierto. Lo único en lo que discrepa es en que hagan buena pareja. Andrew es muy distinto, tanto a ella como al resto, no sólo parece vivir paralelo a las normas, sino también a todo lo demás. A veces piensa que le gustaría saber mucho más de él de lo que sabe, si hay un porqué de esa forma de actuar o es solamente que se muestra tal y como es.
Mateo baja las escaleras y se planta al lado de su madre. Lleva una chaqueta de cuero que le da pinta duro y en el bolsillo de los vaqueros una cajetilla de tabaco que no se esfuerza en ocultar.
- Me voy, no sé a qué hora volveré.
- Estarás aquí a la hora de cenar.
- Pero, mamá…
- Todavía estamos en la semana y ya sabes lo que ello implica.
Su intento de aparentar se va por el retrete. Camina hacia la puerta, sin decir nada, con ese andar en el que parece ir de lado a lado, con el ceño fruncido y deseando tener libertad absoluta, aunque casi la tenga ya.

martes, 31 de agosto de 2010

Capítulo 1


Todavía no puede creerlo. Bufa. Da un portazo y le da igual que la oigan los padres de él. Ni siquiera se molesta en ser discreta para que no la vean. Se hunde dentro del abrigo y comienza a caminar calle adelante, haciendo caso omiso del frío. Mete las manos en los bolsillos. Por lo menos, esto me despejará, piensa.
  Las farolas llenan la calle de una luz anaranjada. No pasa ningún coche a estas horas aunque tampoco es una carretera muy transitada. No es un buen momento para ir sola, ella lo sabe y él también lo sabía, a pesar de que prácticamente la haya echado de casa con una excusa ridícula. Sólo escucha el ruido de sus pasos y eso la tranquiliza.
  Chris es idiota.
  Y de pronto, voces masculinas a sus espaldas. No las entiende, aunque quizá sea mejor así, no le gustaría saber lo que dicen. Son varios, lo nota a pesar de que no se ha girado a comprobarlo. Apura el paso, será lo mejor.
  Comienzan los comentarios groseros. No le gusta escuchar hablar de sus piernas en medio de la noche en una calle por la que no hay ni un alma. Lo peor es que no sabe a dónde se dirige, volver a casa le traería problemas pero no quiere imaginarse qué pasará si la distancia entre el grupito de chicos y ella se acaba. Cada vez se siente más nerviosa, no debería haber aceptado irse, debería haberse negado y negado.
  La llaman, no precisamente por su nombre. Hay muchas risas pero es el momento en que menos le importa que se rían a su costa. Apura más el paso. Resopla y quiere pensar en cosas bonitas, como hacía cuando era pequeña y le costaba dormir. A ellos no les importa despertar a los vecinos con semejante escándalo, a ella también le daría igual que lo hicieran mientras no le incumbiera.
  No le gusta esta situación, bueno, ¿a quién le gustaría? Podría echar a correr pero haría que el pánico aumentara. Siguen las risas y las alusiones a su cuerpo. El corazón aún le va más rápido. Las groserías cada vez son más fuertes y cada vez están más cerca. Se estremece. Nunca se había dado cuenta de que sus piernas podrían ir tan rápido sin llegar a correr.
  Espira e inspira. Espira e inspira.
  De pronto, el sonido del motor de un coche. Se relaja. La alivia pensar que tal vez así se calmarán. Pronto ve los faros del automóvil, que aminora la velocidad. Oh, no, ¿y si es uno de ellos? Los chicos protestan. Su respiración va muy rápido.
  Pero pronto reconoce el coche lleno de pintadas, no puede ser de otra persona. Lo ve hacerle una seña con la mano para que entre y le grita algo. Corre. Salta dentro del automóvil por la puerta del copiloto. Los chicos corren. Ella tiene miedo y le grita que arranque. Se pregunta qué clase de arreglo habrá tenido que hacer en el motor para que acelere a esa velocidad.
  En dos segundos los han dejado atrás.
  Ella respira agitada. Deja caer la cabeza en el asiento y suspira. Intenta tranquilizarse, aunque parece que aún se siente nerviosa.
  Él está mayormente enfadado. No quiere abrir la boca pero es imposible resistirse. Le repatea esa clase de chicos y que a ella se le ocurran cosas semejantes, quiere pensar que hay una razón para que pasee por las calles a estas horas.
-          ¿Se puedes saber qué coño hacías por ahí? – escupe.
-          ¿Desde cuándo te importa lo que hago?
-          No me toques las narices, que puedo parar el coche y dejarte en tierra sin ningún remordimiento.
  Ella refunfuña. Él siempre consigue sacarla de quicio. Se hunde en el asiento del copiloto y se cruza de brazos. Clava la mirada en el frente, en las rayas de la carretera que parecen dejarlos atrás. Ahora ya no van tan rápido. La música inunda el vehículo, se pregunta de dónde vendrá el chico.
-          Bueno, ¿me lo vas a explicar o no?
-          No te importa.
-          Oh, perfecto – ni siquiera se esfuerza en ser sarcástico –. Al menos, deberías darme las gracias, si no fuese por mí te estarían violando.
-          Gracias – farfulla y lo fulmina con la mirada. Prefería que fuese cualquier otra persona la que la hubiera “rescatado”, no quiere deberle nada.
-          Creía que dormías en casa de tu amiga. Te la vas a cargar cuando se lo diga a Víctor, bueno, no creo que haga falta que yo diga nada, te la cargarás tú solita cuando entres en casa. 
- Déjame en paz.
•••
  Da un portazo cuando sale del coche. Una ráfaga de viento le da en plena cara y la despeina, la cala hasta los huesos. No tiene miedo de una regañina cuando entre en casa, aunque tal vez estaría bien tenerlo, al menos un poco.
  Él sale del coche y se apoya en el capó. Sonríe. Está encantadora cuando se enfurruña; camina con los puños apretados, apurando el paso. Se muerde el labio y se pasa una mano por el pelo antes de llamarla:
-          Eh – se gira a verlo, intenta fulminarlo con los ojos. El viento hace que él  entrecierre los ojos -. Lo he pensado mejor, puedes dormir esta noche en mi casa y no cargártela. 
-          No quiero tu compasión, Andrew. Gracias – vuelve a girarse pero no llega a caminar antes de que él prosiga.
-          No he dicho que sea compasión, es un trato.
  Silencio. Ella vuelve a mirarlo, frunce el ceño y ladea la cabeza, intentando encontrar la trampa. Él no aparta su mirada.
-          ¿Qué clase de trato? – Lo dice muy lentamente, como suponiendo una respuesta que no quiere escuchar.
-          Puedes dormir en casa mientras prometas contestar a todas mis preguntas.
-          ¿Me he perdido algo? ¿Desde cuándo te intereso?
-          Yo no he dicho que me interesases.
  Ella mira la fachada de la casa. El miedo al castigo comienza a aumentar, ni siquiera sabe qué se inventará cuándo Víctor la interrogue. Suspira. Luego lo mira, hace un gesto con las cejas, instándole a que conteste de una vez.
-          Está bien – camina hacia el coche, aunque la casa de Andrew se encuentre justo enfrente de la suya -. Seguro que me acabo arrepintiendo.
-          Siempre es un placer hacer negocios contigo – intenta estrechar la mano a la chica.
-          Cállate.
 •••
  Se sienten como ladrones, o por lo menos ella. Es la primera vez que entra en su casa y es incapaz de parar de mirar a los lados, inspeccionando. Son muchas las veces que lo ha visto salir de allí, a veces discutiendo, otras riendo.
  Suben las escaleras en el silencio. Andrew abre la puerta de su habitación. Ella contiene la respiración y abre los ojos como platos.
-          Tranquila, prefiero dormir en el suelo antes que contigo.
  Respira aliviada pero casi una hora después se siente un poco egoísta al verlo en el sillón con una manta y la vista fija en algún sitio del suelo. Tal vez no estaría demás haberse ofrecido a ser ella la que durmiese en el sillón, pero el orgullo le puede.
  Él eleva la mirada y la clava en ella. La poca luz que entra hace que solo pueda ver su silueta bajo las mantas y, a veces, el reflejo de sus ojos. No le importa que ella lo descubra viéndola, en realidad, nunca le ha importado lo que los demás piensen sobre él y lo que hace.
-          ¿Has discutido con tu amiga? – le pregunta de pronto.
-          ¿Qué?
-          Recuerda, juraste contestar a todo.
  Ella resopla. Baja un poco las mantas, echa un brazo por fuera.
-          No, no he discutido con ella.
-          Entonces, ¿qué hacías sola? – pero pronto ve por dónde van los tiros. Entrecierra los ojos - ¿De verdad estabas en su casa?
-          No – ella odia ese estúpido juego. No le hace gracia que sea él quien sepa la verdad, puede chantajearla a la larga.
-          ¿De dónde venías?
-          De casa de Chris.
-          ¡¿De tu novio?!
-          Sí, ¿de qué te sorprendes?
  Abre los ojos bastante y hace un gesto extraño con las cejas. Se pasa las manos por el pelo y por la cara. Está más que atónito. Ella no sabe qué cara poner.
-          ¿Has discutido con él?
-          No.
-          Pues, ¿por qué coño ibas por ahí a esas horas?
-          Cuando me invitó a su casa creyó que sus padres no volverían hasta mañana pero, en medio de la noche, lo llamaron y le avisaron de que iban a volver – hace una mueca con la nariz, luego pestañea rápido -. La verdad es que ni siquiera sé por qué lo llamaron, el caso es que prácticamente me obligó a irme para que no me pillasen allí y él la pifiase.
-          Venga ya, ¿y fuiste tan gilipollas como para irte? Creía que eras más inteligente.
-          No tenía otra opción – empieza a cabrearla.
-          ¿Por qué no dejaste que la pifiase?
-          Ahora entiendo por qué no tienes novia.
  Silencio. Él ya no la mira. Ella no tiene ni idea de lo que le estará pasando por la cabeza.
-          ¿Y ahora qué? ¿Vas a dejarlo pasar, así sin más?
-          ¿Qué pretendes que haga? – La descoloca, la descoloca de verdad.
-          Y yo que sé. Piensa en qué hubiese pasado si yo no hubiese aparecido y podrías darle las gracias, no te jode. Se supone que te quiere, ¿no? Y sabe de sobra el ambiente que hay a estas horas por algunas calles ¿no tendría que haber preferido diez mil veces la bronca antes de que a ti te pasase algo? ¿Es que no tiene conciencia ni remordimientos?
-          Déjame en paz.
-          Sabes que tengo razón, eso es lo peor de todo – está serio. Es una de las pocas veces, por no decir la primera, que hablan en serio.
-          ¿Y qué quieres que haga? Dime.
-          Soy yo quien hace las preguntas.
•••
  No es que siga pensando en él, porque ha pasado tiempo y le ha demostrado lo suficiente, cosas como que la distancia ha podido vencerlos a pesar de las promesas, de todo lo que lucharon para mantenerse en pie después de los bache, pero es imposible no sentir nostalgia de vez en cuando, no soñar con él. Echa de menos sus manos, sus ojos, su forma de susurrar, bueno, lo echa de menos entero. Se acurruca dentro de la cama y necesita sus abrazos, su brazo rodeándole la cintura. Y le da pena… pena de que hubiesen sido capaces de dejar todo, sin más miramientos, olvidándose de todo el camino que habían recorrido juntos, pero no puede permitirse mantener una relación con alguien que no le da importancia a sus sueños, a sus metas, y, en consecuencia, a su felicidad.
  Da media vuelta y se da cuenta de que Andrew está a su lado, recuerda dónde ha dormido, la noche anterior. Duerme de cualquier forma. No tiene ganas de despertarlo, ni de echarlo de su propia cama. Se pregunta en qué momento de la noche se habrá decidido por dormir con ella. Respira fuerte. Ella sonríe sin darse cuenta. En el fondo, es un buen chico, piensa.
  Da un salto en la cama al escuchar, de pronto, la melodía del móvil y el ruido que hace al vibrar contra la mesilla de noche. Andrew gruñe y se tapa con las mantas, como si así pudiese ahogar el ring ring. Suspira y mira el nombre en la pantalla: Chris.
  Se pasa la mano por el pelo, peinándolo hacia atrás, y coge aire antes de contestar.
-          ¿Qué es lo que quieres ahora? Son las siete de la mañana.
-          ¿Cómo estás?
-          Tengo sueño – ella tiene ganas de cantarle las cuarenta. No sabe si es que la opinión de Andrew ha hecho mella en ella o si es que ella mismo ha reflexionado pero ahora los hechos parecen agravarse.
-          ¿Llegaste bien a casa? – se para – Porque estás en casa, ¿no?
-          No llegué a casa, Chris, y, de hecho, no lo estoy.
  Andrew asoma la cabeza de debajo de las mantas y susurra «¿qué quiere?» mientras frunce el ceño. Ella le hace un gesto con la mano para que se calle.
-          Dile que se vaya a la mierda – pronuncia el chico más alto, sin importarle que Chris lo oiga.
-          ¿Quién está contigo? ¿Dónde estás? – el tono de su novio se vuelve impaciente.
-          En la cama de Andrew.
  Y cuelga. Mira el teléfono durante un par de segundos y luego se echa a reír.
-          Menudo idiota – sonríe Andrew.
  Lo que no se esperan es que medio minuto después Kate, la hermana de Andrew, abra la puerta.
-          Oh, dios mío – dice y enseguida la cierra, sin darles tiempo a explicar nada.
  Él la mira un instante, luego sigue a lo suyo. Ella se indigna, frunce el ceño.
-          ¿No piensas hacer nada?
-          Que piense lo que quiera.
•••
  Kate mira nerviosa a su hermano cuando entra en la cocina, poniéndose una camiseta. Bosteza. Él hace como que no pasa nada. Kate no se atreve a preguntar, pone los cereales encima de la mesa.
  De pronto, él ríe.
-          Deja de mirarme así, ella ya se ha ido.
-          Papá se habría llevado una sorpresa al verla aquí. Bueno… yo también me la he llevado.
-          Ya ves.