Pierdo el tiempo.

"Quiero hacer contigo lo que la primavera hace con los cerezos"

Lovers

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sábado, 30 de octubre de 2010

cuarta escena, noveno capítulo


  Canta ese estribillo pegadizo y activa el parabrisas porque la lluvia de finales de noviembre nunca tiene piedad. Aminora la velocidad a medida que se va acercando al coche de adelante, parado. Parece que hay caravana.
  Tamborilea con los dedos en el volante mientras sigue cantando, es una letra amarga, melancólica, que últimamente no se le quita de la cabeza. Mira, distraído por el espejo retrovisor.
  Al principio no se fija pero luego le llama la atención una figura femenina, caminando, cabizbaja, sin paraguas, con el cabello suelta.
  Es esa melena inconfundible.
  Los dedos dejan de llevar el ritmo, como aturdidos. El coche de adelante avanza unos pocos metros y él lo sigue sin apartar la mirada del retrovisor. Cuando para, gira la cabeza para intentar verla con sus propios ojos.
  Es ella. Se está empapando. Está sola. No ha entendido muy bien la explicación de Claudia y no sabe si ella debería estar triste o contenta pero ahora parece encontrarse bastante lejos de la euforia.
  Busca con la mirada un sitio donde poder aparcar. Nada y unos metros más de avance. Ahora ya no cabe duda de que es ella, cada vez más mojada. Abre la ventanilla del lado de la acera a toda velocidad. Ella casi está a la altura del coche y parece no haberse percatado de la presencia del antiguo corvette rojo, aunque no es de extrañar cuando no despega la mirada del suelo por dónde camina.
  Tiene que hacer algo. Sabe que no es normal verla así.
  Pita y ella alza el rostro un segundo para luego volver a esconderlo. La gente con paraguas la mira.
  La lluvia entra por la ventanilla abierta. Baja el volumen de la música hasta que la canción se vuelve un murmullo entre el ruido de las gotas de lluvia.
  Grita su nombre cuando ella está a apenas dos metros. Esta vez sí que se da por aludida, se queda quieta en medio de la acera. Andrew desvía el coche hacia la entrada de una calle, justo por donde ella cruzaría si seguía caminando recto.
  Ella sigue quieta. Él vuelve a gritar, le pide que entre. Nada. Insiste y la cara de ella se descompone; hunde el rostro entre las manos y da media vuelta, intentando escapar. Él sale del coche sin pensárselo dos veces. Grita que espere pero ella sigue huyendo, como si hubiese visto a su peor pesadilla. Él corre, mientras siente, sin importarle, cómo la lluvia lo empapa. Ella choca contra un hombre trajeado y con paraguas, que se asusta.
  Y Andrew la alcanza. La nota débil, muy débil, apenas es capaz de recuperarse del choque. Le agarra los hombros y hace que dé media vuelta para poder verle la cara. Luego, se asusta porque nunca ha visto unos ojos, que han llegado a ser el súmmum de la luz, tan infestados  de negrura, que gritan auxilio, ayuda.
  La nota temblar y él también se vuelve débil. No es capaz de apartar su mirada de la de ella, ni tampoco de moverse o decir algo coherente. Y, mientras, sigue la lluvia, que no le importa que las gotitas se posen en las pestañas de ella haciendo que pestañee continuamente.
  ¿Qué es lo que ve? No quiere saberlo, habría pagado por no ver ni sentir la tristeza de ella, por no ver cómo han cambiado sus ojos.
  Entonces quiere hacerse valiente, luchar contra la debilidad, la tristeza y la negrura y le rodea los hombros con su brazo, porque siente que así la protege, y la arrastra con él al coche.
  Los pasos pesan, las lágrimas que intenta no ver pesan, el temblor pesa, las disculpas y las discusiones pesan; todo pesa.
  La gente ha dejado de pasar. Los pies se meten en los charcos. Del pelo caen gotas de agua que se confunden con la lluvia. Ninguno dice nada, parece que no hay nada que decir.
  Por una vez en su vida no le importa su orgullo. Sólo quiere ayudarla, siente que sólo ahora mismo sigue en el mundo porque tiene que ayudarla.
  Ella no opone resistencia cuando la insta a entrar en el coche, de pronto se ha vuelto una muñeca facilísima de manejar. Cuando Andrew se sienta en el asiento del conductor, ella ya ha hundido la cara entre sus manos.
  Le coge las muñecas, con delicadeza, y hace que aparte las manos para poder verla. Otra vez encuentra sus ojos, suplicando. Los ve más fijamente que nunca y es capaz de apreciar cada detalle, como ese solecito que parece rodear el iris o los estragos que han causado las lágrimas en el blanco. Y, sin más, como si nunca hubiesen discutido ni gritado, la abraza y ella se deja abrazar.
  Graciela esconde la cara en su hombro. Él siente el desorden en su interior; sí, tiene claro que está ahí para ayudarla pero no sabe quién lo ayudará a él con tanta confusión.
  La nota sollozar en silencio y le acaricia el pelo con ternura, se le antoja de seda. Sabe que no es el momento de preguntar nada, que si ahora pregunta ella no estará en condiciones de contestar.
  Ninguno se percata del tiempo que pasan así, abrazados pero a la vez separados por la palanca del cambio de marcha. Ella no quiere pensar pero imágenes e imágenes acuden, de forma inconsciente, a su mente. Lo fácil se ha vuelto difícil, lo apreciado odiado, lo bonito horrible; y todo en cuestión de minutos.
  Ella se separa lentamente, sabiendo que ya no quedan lágrimas. Él la mira un momento y luego arranca el coche. La chica sorbe por la nariz y, con voz cansada, pregunta:
-          ¿A dónde me llevas?
-          Conmigo.
-          ¿A dónde? – repite.
-          Al supermercado.
-          ¿Qué? ¿A qué?
-          Compraremos helado, alcohol y alquilaremos alguna comedia, yo soy demasiado malo contando chistes.

domingo, 12 de septiembre de 2010

Primera escena, capítulo 7

  Está otra vez en su coche y otra vez se inunda de su olor. La ve de reojo, mira por la ventana, seguro que pensando. Él no sabe qué decir. La música es lo único que rompe el silencio. Le habría gustado que ella hablara a borbotones, como hacía cuando estaba emocionada, y le contara cómo va su vida, cómo marcha todo pero ella no habla, ni parece que vaya a hacerlo.
-          ¿Qué piensas? – le pregunta.
  Ella se encoje de hombros, simplemente. Él vuelve a quedarse sin qué decir.
-          ¿De verdad me echabas de menos? – contesta de pronto, sin mirarlo.
-          Claro – murmura y lo recorre una especie de remordimiento. Luego, algo lo empuja a contarle todo -, creo que me habría vuelto completamente loco de haberme quedado sin verte. Empezaba a encontrarte en todos sitios: en las canciones, en los bares, en la ropa de las chicas, en los cuadros, en cada película y cada historia que me contaban, en la playa, en los árboles, en las cajas de bombones, en los ramos de flores…; te habías convertido en una especie de espejismo que era incapaz de borrar, incluso… incluso podría pasar a catalogarte de “pesadilla” y no de “sueño”.
  Se para. La mira de reojo. Ella parece atenta, interesada, hasta conmovida; ha dejado de ver por la ventanilla. Le brillan los ojos, pero no hay lágrimas.
-          Un día desperté y sentí que tenía que hacer algo, así que, poco después, cogí el coche y me largué. Y ahora estoy aquí y me siento… madre mía, no sé cómo me siento. Te veo ahí, acribillándome con esos ojos, y es como si un bate de béisbol me golpease en el estómago. No me imaginaba que esto sería así.
-          Bruno, fuiste tú el que me hizo elegir y el que decía que la distancia hace el olvido. Mentiría si dijese que he parado de quererte o que yo no te he echado de menos. Hay algo dentro de mí que se debate entre la emoción de verte y el dolor de recordarte, pero creo que el dolor es lo que se sobrepone.
  Es ella quien se para esta vez. Él niega lentamente con la cabeza, dice un mudo “lo siento” porque no soporta pensar que le ha causado tanto daño como parece.
-          Me recuerdas que no te he superado – prosigue -, ni a ti ni a todos los recuerdos que traes. Has hecho añicos todo lo que había construido hasta ahora. ¿Y ahora qué? ¿Cómo tengo que actuar: he de tirarme a tus brazos o he de reprocharte lo que estás haciendo conmigo? Fíjate, estamos de nuevo en este mismo coche… discutiendo.
-          Sí, discutimos cuando las cosas podrían haberse solucionado, cuando ahora podríamos estar amándonos.
-          ¿Amándonos? ¿En dónde, Bruno, en dónde?
-          ¡En cualquier sitio!
-          ¡No! ¡No ahora! No cuando te importaron una mierda mis sueños, ¡mi vida entera! A mí también me habría gustado que las cosas hubiesen sido fáciles, sencillas, y que nunca hubiésemos tenido que separarnos porque no sabes, no tienes ni idea de lo que fue para mí dejarte… y todo lo que vino después.
-          Lo siento, siento haberte hecho elegir; siento todo el dolor que te he causado y siento… siento haberte dejado marchar sin hacer nada, rindiéndome. Perdona por haber sido egoísta pero es que eclipsas todo lo que pueda ver, llegó un momento en que la necesidad de tenerte era tan, tan grande que no entendía cómo podías dejarme allí plantado si es que tú sentías lo mismo; yo nunca habría podido alejarme de ti por voluntad propia.
  Para el coche. Ella mira la casa y luego sigue pensando por lo que él supone que debe de haber acertado con la dirección.
  Siente que sólo hay caos donde antes había un universo.
-          Esto es de locos… - se ha ablandado. Ya no puede discutir; es uno de esos momentos en los que la rabia la recorre pero a la vez siente que con sólo una caricia habría caído rendida. No quiere que le vea la cara – no puedes llegar y pretender encontrarte las cosas tal y como estaban cuando las dejaste, no puedes, Bruno.
  Y pasa. Entonces es cuando pasa, tal y como había previsto. Él le coge la mano por segunda vez. Ella siente que en su interior se blande una batalla y que ha perdido, todos sus esfuerzos se van por la borda.
  Pasa sin darse cuenta, como si la hubiesen teletransportado. No es consciente del error y a la vez se maldice a sí misma. No recuerda el sabor de sus labios y a la vez siente que nunca ha dejado de besarlos.

sábado, 4 de septiembre de 2010

Capítulo 6


Chris la mira con recelo durante el resto de la semana y está segura de que la seguirá mirando así durante mucho tiempo. Parece que no lo quiere aceptar nunca. Ahora ya no volverá a intentar hablar con él ni nada por el estilo. Le da pena que las cosas acaben así pero tiene un límite.
  Ella también se siente especialmente irritada con todo el mundo esos días. A Claudia le gustaría saber por qué pero su amiga no dice ni una palabra al respecto. No le ha contado lo de Andrew, hay algo dentro de sí misma que se lo impide.
  Víctor también la nota extraña. Se pasa mucho tiempo dentro de casa o eso es lo que le ha contado Mateo, que tiene sospechas del por qué de la situación. Ella lee la mayoría del tiempo, más de lo habitual. Mateo se ha metido con la chica en varias ocasiones y no muestra la misma energía.
  Ella cataloga esa fase como un bajón, una mala temporada. Nada más.
•••
  Está ansioso por llegar. Tuerce el volante y pisa el acelerador más de lo que tendría que haber hecho. Se la ha imaginado más de mil veces y aún no sabe qué aspecto tendrá. En la radio suena una de sus canciones favoritas. Siente como si el corazón fuese a salírsele del pecho. Está nervioso y también confuso.
  Mira el reloj de reojo. Es tarde, tendrá suerte si llega a la hora. Acelera un poco más. Todavía se siente más ansioso. Ha recorrido kilómetros y kilómetros sin parar ni siquiera a beber y ahora siente la garganta seca. No ha sido fácil venir; nadie lo comprende.
  Y por fin llega. Debe ser ese edificio, está casi seguro de que no se ha equivocado. Ve bajar por las escaleras a algunos alumnos, pocos. Sí, ha llegado tarde. Le da un golpe al volante y se apresura a salir del coche.
  No reconoce a nadie. Todos llevan uniforme. Ni rastro de ella. Se pregunta si tal vez se habrá cortado el pelo; espera que no, a él siempre le ha encantado cómo lo llevaba. También se pregunta si irá acompañada y un miedo extraño lo recorre.
  Pestañea varias veces y vuelve a buscarla con la mirada.
  Y de pronto la ve. Está seguro de que es ella. No se ha hecho nada en el cabello ni va con nadie. Viste el mismo uniforme que el resto pero en ella se ve muy distinto. Su forma de andar, su espalda, sus piernas. Es ella. Por unos segundos entra en estado de shock para luego salir, reaccionar, casi correr a su encuentro.
  Le roza el brazo al tiempo que susurra su nombre. Su nombre… hace tanto tiempo que no lo dice en voz alta, sólo en su cabeza se repetía una y otra vez. Sonará estúpido pero tocarla en ese momento es como tocar el cielo. Han pasado meses cuando siempre supo que no aguantaría más de un días sin su presencia, si por lo menos hubiese tenido su voz…
  Ella se para en seco. Le parece haber escuchado esa voz pero no es posible. Escucha su propia respiración entre todo el ruido de la calle. Le es inevitable abrir los ojos de forma desmesurada. Se gira muy lentamente y se ven.
  Él por fin ve esos ojos, que se le antojan más bonitos que nunca. A ella le tiemblan las piernas y no es capaz de quitar la mirada de encima de la de él; le parece estar soñando. Él no sabe qué hacer aunque haya ensayado cuarenta mil veces la escena.
-          Tú… - sólo dice la chica, tan bajito que casi no es capaz de escucharla.
  Intenta sonreír porque parece algo asustada aunque puede que sea la impresión. Asiente con la cabeza e intenta hablar:
-          Hola.
  Entonces a ella se le caen los libros de las manos. Sabe que se caerá ella también si no se agarra inmediatamente a algo. No es capaz de definir lo que la recorre pero es algo que no le gusta. Él le aferra el brazo antes de que caiga al suelo con el resto de sus cosas.
  Ella eleva el rostro entre el cabello. A él se le clava esa forma de mirar que jamás ha visto. Recobra el equilibrio y el chico la suelta mas está atento a una próxima pérdida de equilibrio.
  Graciela niega con la cabeza lentamente. No puede estar sucediendo.
-          ¿Qué haces aquí?
  Duda qué contestar pero la verdad se le escapa:
-          Necesitaba verte. Te echo de menos.
  Ella no contesta, ni siquiera mueve los labios, esos labios que muere por besar de nuevo. No hace un movimiento, apenas pestañea. Y así lo contempla durante un minuto, en silencio, cavilando, pensando pero no sabe en qué.
  Otra vez el cabello oscuro y rizado, aquel que imaginó cuando Andrew la llevó a dormir a su casa. Otra vez la piel clara, los ojos mágicos. Otra vez esas manos que la habían conducido a casa tantas veces, que la conocían, que había aferrado cuando caminaban por la calle y hacían ese juego de apostar con cuánta gente se cruzarían. Otra vez su boca, otra vez sus brazos. Le parece volver en el tiempo.
  Le resulta doloroso porque él trae recuerdos irremediables. Le parece tan doloroso como cuando se había ido y lo habían dejado todo. Sí, recuerda la derrota y todo lo que produjo en ella: las lágrimas, los gritos por teléfono, el arrepentimiento, incluso el odio. Recuerda lo que era él, lo que era ella en aquellos tiempos: cómo pasó de ser la más feliz del mundo a que el mundo se derrumbara en sus narices.
  Recuerda las tardes con él y las innumerables charlas, cuánto le gustaba escucharlo hablar. Recuerda la calle, la ciudad, el aire que parecía oler distinto al de este nuevo sitio. Recuerda a sus amigas, que últimamente no paraban de reprocharle que le dedicaba demasiado tiempo a Bruno y muy poco a ellas. Recuerda su casa, su habitación, su perro. Recuerda a sus padres y entonces ese nudo vuelve a formarse, se da cuenta de que ellos no volverán a estar como lo está Bruno delante de ella.
  Se siente impotente. Se siente extraña. Sigue ese dolor con sabor a nostalgia. No se había dado cuenta de todo lo que lo añora hasta ese preciso instante.
  Pero a Bruno ella también le trae recuerdos y no son recuerdos fáciles. Decisiones y decisiones, él no estaba hecho para decidir pero ahora se da cuenta del error que había sido dejarla marchar. Él la necesita, no se había dado cuenta hasta que ella se marchó y lo dejó allí; pretendía olvidarla cuando su aroma todavía se olía en su cama, en toda su ropa. A su mente acuden aquellas imágenes que parecen tan lejanas: ella riendo, abrazándolo, cantando de esa forma particular que a él le parecía encantadora, corriendo y saltando con esa energía que parecía inagotable; era demasiado fácil amarla como para no hacerlo.
  Graciela se acerca a un escalón de la escalera de la escuela y se sienta lentamente. Es él quien recoge los libros del suelo, los posa al lado de la chica y se sienta también.
  La calle parece otra, el viento parece que se mueve de una forma distinta entre su pelo, el aire que respira sabe a… a nostalgia. No sabe a dónde mirar pero no es capaz de enfrentarse a la imagen de él, eso lo tiene claro. Ve al frente y luego esconde el rostro entre las manos; los sentimientos son tantos que no sabe qué sentir.
  Él no entiende, no había previsto nada de lo que está pasando. Ella parece triste, confusa… y él había esperado una sonrisa, un abrazo después de tanto tiempo, encontrar alegría en sus ojos. Le es inevitable pasar el brazo por los hombros de la chica para acercarla pero ella se escurre de forma brusca y es entonces cuando lo ve a los ojos de nuevo, esta vez blandos y con una ternura que parece no querer sentir.
-          ¿Por qué? – le pregunta con esa vocecilla.
  No sabe que decir. La expresión de Bruno cambia, se ablanda ante una mirada como aquella, se le caen las fuerzas y si hubiese estado de pie le habría pasado lo mismo que a ella hace unos minutos.
-          Necesitaba verte – repite. Se siente estúpido.
-          ¿Cómo has sabido dónde estaba?
-          Eso no importa.
  Graciela niega con la cabeza y vuelve a ver al frente. Se echa el pelo hacia atrás e inspira profundamente.
  Bruno lo intenta una vez más: se acerca y coge sutilmente la mano clara de su regazo. Ella no hace nada al principio, luego se echa a llorar; no recordaba lo dulces que eran sus manos.
•••
  Víctor ve salir al hombre del banco, siempre con el traje gris impecable y la corbata en su sitio, metiendo el dinero en la cartera. Es incapaz de no abordarle, preguntando cómo está su hijo, como si todavía no estuviese al día de la discusión. El padre parece reacio a hablar, nunca ha sido un hombre de muchas palabras pero la estrecha relación con Víctor casi le obliga a explicar que ha echado de casa a su hijo.
  A Víctor no le interesa el por qué, lo conoce de sobra, es el mismo problema de siempre, sin embargo, intenta convencerlo, sin que se dé cuenta, de que Andrew es un buen chico, aunque viva al margen de todas las reglas.
•••
  Claudia vuelve a marcar el número de su amiga, que no coge el teléfono. Está impaciente y algo nerviosa, ella no la ha visto en la salida, en ningún momento, pero ha llegado a sus oídos que un chico fue a recogerla… y no era el músico del corvette del 59; esta vez se trataba de uno moreno y alto, que nadie conocía y por el que ella parecía muy afectada.
  Vuelve a intentarlo, en vano. Se pregunta quién será pero ninguna descripción encaja.
•••
  Chris lo ha visto: ese chico moreno y la reacción de ella; aunque no le ha dado tiempo a ver toda la escena sin que uno de sus amigos lo instase a seguir andando.
  No cree que ella se haya dado cuenta de que él estaba allí, parecía estar en una especie de trance desde que el chico moreno le habló.
  No sabe quién es, no tiene ni idea pero tiene que ser alguien importante.
  Saca un pitillo de la cajetilla del bolsillo de sus vaqueros y apoya los codos en el alfeizar de la ventana, pensando.
  De pronto recuerda el encuentro con ese tal Andrew en el supermercado. Lo encontró en el apartado de bebidas; llevaba una cesta de la compra y estaba metiendo algunas latas de cerveza en ella. Se le crispan los nervios de tan solo verle; se habría quedado satisfecho de haberle partido la boca por quitarle a su chica.
  Le da otra calada al cigarrillo y luego sigue pensando en el chico de hoy: ¿qué pasa? ¿Acaso aquel chico también tiene alguna relación de más que amigos con ella? Si es así,  la imagen que tiene de Graciela está cambiando.