Sale dando un portazo, lo más fuerte posible, que le habría gustado que derribara la casa y que con ella cayera todo a su alrededor, la ciudad, su nueva vida. No sabe ni a donde va ni hacia donde quiere ir pero camina con paso rápido. Siente que las lágrimas queman sus ojos. Es como si una bomba atómica hubiese caído dentro de sí misma, arrasándolo todo, sin piedad.
También tiene ganas de patalear, de golpear, de morder y de arañar. En otro momento tal vez le habría gustado que él saliese gritando una disculpa o algo bonito, como en alguna de sus películas favoritas, y que ella se diese cuenta de que no hay error, de que nunca lo ha habido, sino sólo confusión por ambas partes. Pero Bruno no sale y ella lo agradece y lo desagradece.
Al principio no se fija en el coche aparcado justo enfrente de la entrada de la casa. Luego se da cuenta de que hay dos personas. La melena larga es inconfundible. Se pregunta con quién estará. Sin vergüenza, curiosea desde una distancia prudente.
No reconoce al chico; no es Andrew. Se están abrazando. Ella tiene los ojos cerrados y parece algo triste pero los abre y lo ve: espiando. Intenta sonreír. La cara de la chica se torna extraña, en otro momento se habría puesto colérica pero no ahora, ahora hay demasiada confusión cómo para saber siquiera cómo actuar ante eso.
Graciela se separa lentamente del chico moreno, que no parece querer soltarse. Mateo da media vuelta para escapar mientras pueda.
Bruno mira a los lados pero no encuentra la razón de por qué le quitan el dulce de los labios cuando ya lo ha mordido. La coge de la muñeca y ella se disculpa de nuevo diciendo que sólo será un minuto.
Sale del coche.
-Eh, Mateo – le grita al chico que está a punto de llamar al timbre y que se gira para atenderla -. Avisa a tu padre de que no comeré en casa, dile que es importante y que ya se lo explicaré más detalladamente.
El chico se encoje de hombros y llama.
Ella vuelve a dentro del coche, donde Bruno la espera con ansia. Ahora siente una especie de miedo a pensar con claridad, a asegurarse de si besarlo y dejarse llevar está bien o mal.
La necesidad es demasiado fuerte como para atender a la razón.
Chris la mira con recelo durante el resto de la semana y está segura de que la seguirá mirando así durante mucho tiempo. Parece que no lo quiere aceptar nunca. Ahora ya no volverá a intentar hablar con él ni nada por el estilo. Le da pena que las cosas acaben así pero tiene un límite.
Ella también se siente especialmente irritada con todo el mundo esos días. A Claudia le gustaría saber por qué pero su amiga no dice ni una palabra al respecto. No le ha contado lo de Andrew, hay algo dentro de sí misma que se lo impide.
Víctor también la nota extraña. Se pasa mucho tiempo dentro de casa o eso es lo que le ha contado Mateo, que tiene sospechas del por qué de la situación. Ella lee la mayoría del tiempo, más de lo habitual. Mateo se ha metido con la chica en varias ocasiones y no muestra la misma energía.
Ella cataloga esa fase como un bajón, una mala temporada. Nada más.
•••
Está ansioso por llegar. Tuerce el volante y pisa el acelerador más de lo que tendría que haber hecho. Se la ha imaginado más de mil veces y aún no sabe qué aspecto tendrá. En la radio suena una de sus canciones favoritas. Siente como si el corazón fuese a salírsele del pecho. Está nervioso y también confuso.
Mira el reloj de reojo. Es tarde, tendrá suerte si llega a la hora. Acelera un poco más. Todavía se siente más ansioso. Ha recorrido kilómetros y kilómetros sin parar ni siquiera a beber y ahora siente la garganta seca. No ha sido fácil venir; nadie lo comprende.
Y por fin llega. Debe ser ese edificio, está casi seguro de que no se ha equivocado. Ve bajar por las escaleras a algunos alumnos, pocos. Sí, ha llegado tarde. Le da un golpe al volante y se apresura a salir del coche.
No reconoce a nadie. Todos llevan uniforme. Ni rastro de ella. Se pregunta si tal vez se habrá cortado el pelo; espera que no, a él siempre le ha encantado cómo lo llevaba. También se pregunta si irá acompañada y un miedo extraño lo recorre.
Pestañea varias veces y vuelve a buscarla con la mirada.
Y de pronto la ve. Está seguro de que es ella. No se ha hecho nada en el cabello ni va con nadie. Viste el mismo uniforme que el resto pero en ella se ve muy distinto. Su forma de andar, su espalda, sus piernas. Es ella. Por unos segundos entra en estado de shock para luego salir, reaccionar, casi correr a su encuentro.
Le roza el brazo al tiempo que susurra su nombre. Su nombre… hace tanto tiempo que no lo dice en voz alta, sólo en su cabeza se repetía una y otra vez. Sonará estúpido pero tocarla en ese momento es como tocar el cielo. Han pasado meses cuando siempre supo que no aguantaría más de un días sin su presencia, si por lo menos hubiese tenido su voz…
Ella se para en seco. Le parece haber escuchado esa voz pero no es posible. Escucha su propia respiración entre todo el ruido de la calle. Le es inevitable abrir los ojos de forma desmesurada. Se gira muy lentamente y se ven.
Él por fin ve esos ojos, que se le antojan más bonitos que nunca. A ella le tiemblan las piernas y no es capaz de quitar la mirada de encima de la de él; le parece estar soñando. Él no sabe qué hacer aunque haya ensayado cuarenta mil veces la escena.
-Tú… - sólo dice la chica, tan bajito que casi no es capaz de escucharla.
Intenta sonreír porque parece algo asustada aunque puede que sea la impresión. Asiente con la cabeza e intenta hablar:
-Hola.
Entonces a ella se le caen los libros de las manos. Sabe que se caerá ella también si no se agarra inmediatamente a algo. No es capaz de definir lo que la recorre pero es algo que no le gusta. Él le aferra el brazo antes de que caiga al suelo con el resto de sus cosas.
Ella eleva el rostro entre el cabello. A él se le clava esa forma de mirar que jamás ha visto. Recobra el equilibrio y el chico la suelta mas está atento a una próxima pérdida de equilibrio.
Graciela niega con la cabeza lentamente. No puede estar sucediendo.
-¿Qué haces aquí?
Duda qué contestar pero la verdad se le escapa:
-Necesitaba verte. Te echo de menos.
Ella no contesta, ni siquiera mueve los labios, esos labios que muere por besar de nuevo. No hace un movimiento, apenas pestañea. Y así lo contempla durante un minuto, en silencio, cavilando, pensando pero no sabe en qué.
Otra vez el cabello oscuro y rizado, aquel que imaginó cuando Andrew la llevó a dormir a su casa. Otra vez la piel clara, los ojos mágicos. Otra vez esas manos que la habían conducido a casa tantas veces, que la conocían, que había aferrado cuando caminaban por la calle y hacían ese juego de apostar con cuánta gente se cruzarían. Otra vez su boca, otra vez sus brazos. Le parece volver en el tiempo.
Le resulta doloroso porque él trae recuerdos irremediables. Le parece tan doloroso como cuando se había ido y lo habían dejado todo. Sí, recuerda la derrota y todo lo que produjo en ella: las lágrimas, los gritos por teléfono, el arrepentimiento, incluso el odio. Recuerda lo que era él, lo que era ella en aquellos tiempos: cómo pasó de ser la más feliz del mundo a que el mundo se derrumbara en sus narices.
Recuerda las tardes con él y las innumerables charlas, cuánto le gustaba escucharlo hablar. Recuerda la calle, la ciudad, el aire que parecía oler distinto al de este nuevo sitio. Recuerda a sus amigas, que últimamente no paraban de reprocharle que le dedicaba demasiado tiempo a Bruno y muy poco a ellas. Recuerda su casa, su habitación, su perro. Recuerda a sus padres y entonces ese nudo vuelve a formarse, se da cuenta de que ellos no volverán a estar como lo está Bruno delante de ella.
Se siente impotente. Se siente extraña. Sigue ese dolor con sabor a nostalgia. No se había dado cuenta de todo lo que lo añora hasta ese preciso instante.
Pero a Bruno ella también le trae recuerdos y no son recuerdos fáciles. Decisiones y decisiones, él no estaba hecho para decidir pero ahora se da cuenta del error que había sido dejarla marchar. Él la necesita, no se había dado cuenta hasta que ella se marchó y lo dejó allí; pretendía olvidarla cuando su aroma todavía se olía en su cama, en toda su ropa. A su mente acuden aquellas imágenes que parecen tan lejanas: ella riendo, abrazándolo, cantando de esa forma particular que a él le parecía encantadora, corriendo y saltando con esa energía que parecía inagotable; era demasiado fácil amarla como para no hacerlo.
Graciela se acerca a un escalón de la escalera de la escuela y se sienta lentamente. Es él quien recoge los libros del suelo, los posa al lado de la chica y se sienta también.
La calle parece otra, el viento parece que se mueve de una forma distinta entre su pelo, el aire que respira sabe a… a nostalgia. No sabe a dónde mirar pero no es capaz de enfrentarse a la imagen de él, eso lo tiene claro. Ve al frente y luego esconde el rostro entre las manos; los sentimientos son tantos que no sabe qué sentir.
Él no entiende, no había previsto nada de lo que está pasando. Ella parece triste, confusa… y él había esperado una sonrisa, un abrazo después de tanto tiempo, encontrar alegría en sus ojos. Le es inevitable pasar el brazo por los hombros de la chica para acercarla pero ella se escurre de forma brusca y es entonces cuando lo ve a los ojos de nuevo, esta vez blandos y con una ternura que parece no querer sentir.
-¿Por qué? – le pregunta con esa vocecilla.
No sabe que decir. La expresión de Bruno cambia, se ablanda ante una mirada como aquella, se le caen las fuerzas y si hubiese estado de pie le habría pasado lo mismo que a ella hace unos minutos.
-Necesitaba verte – repite. Se siente estúpido.
-¿Cómo has sabido dónde estaba?
-Eso no importa.
Graciela niega con la cabeza y vuelve a ver al frente. Se echa el pelo hacia atrás e inspira profundamente.
Bruno lo intenta una vez más: se acerca y coge sutilmente la mano clara de su regazo. Ella no hace nada al principio, luego se echa a llorar; no recordaba lo dulces que eran sus manos.
•••
Víctor ve salir al hombre del banco, siempre con el traje gris impecable y la corbata en su sitio, metiendo el dinero en la cartera. Es incapaz de no abordarle, preguntando cómo está su hijo, como si todavía no estuviese al día de la discusión. El padre parece reacio a hablar, nunca ha sido un hombre de muchas palabras pero la estrecha relación con Víctor casi le obliga a explicar que ha echado de casa a su hijo.
A Víctor no le interesa el por qué, lo conoce de sobra, es el mismo problema de siempre, sin embargo, intenta convencerlo, sin que se dé cuenta, de que Andrew es un buen chico, aunque viva al margen de todas las reglas.
•••
Claudia vuelve a marcar el número de su amiga, que no coge el teléfono. Está impaciente y algo nerviosa, ella no la ha visto en la salida, en ningún momento, pero ha llegado a sus oídos que un chico fue a recogerla… y no era el músico del corvette del 59; esta vez se trataba de uno moreno y alto, que nadie conocía y por el que ella parecía muy afectada.
Vuelve a intentarlo, en vano. Se pregunta quién será pero ninguna descripción encaja.
•••
Chris lo ha visto: ese chico moreno y la reacción de ella; aunque no le ha dado tiempo a ver toda la escena sin que uno de sus amigos lo instase a seguir andando.
No cree que ella se haya dado cuenta de que él estaba allí, parecía estar en una especie de trance desde que el chico moreno le habló.
No sabe quién es, no tiene ni idea pero tiene que ser alguien importante.
Saca un pitillo de la cajetilla del bolsillo de sus vaqueros y apoya los codos en el alfeizar de la ventana, pensando.
De pronto recuerda el encuentro con ese tal Andrew en el supermercado. Lo encontró en el apartado de bebidas; llevaba una cesta de la compra y estaba metiendo algunas latas de cerveza en ella. Se le crispan los nervios de tan solo verle; se habría quedado satisfecho de haberle partido la boca por quitarle a su chica.
Le da otra calada al cigarrillo y luego sigue pensando en el chico de hoy: ¿qué pasa? ¿Acaso aquel chico también tiene alguna relación de más que amigos con ella? Si es así, la imagen que tiene de Graciela está cambiando.
Claudia la mira de reojo, ella ríe. Es la única que no la presiona, en realidad Chris nunca le ha caído en gracia.
- Creo que Víctor no se equivoca demasiado.
- No bromees con eso.
- Dentro de poco estarás loquita por él.
- Antes muerta.
- Te lo recordaré. Además, conozco esa mirada, es de que algo está naciendo.
No le hace ni caso a su amiga. Le da un trago a su chocolate. Ve a los lados, pensando.
- Había pensado en quedar con Chris, aquí o en cualquier otro sitio. Hoy le he llamado pero no me ha cogido.
- Sabes lo rencoroso que es, todavía le durará el cabreo. Le soltaste que estabas en la cama de otro, por una parte, es normal.
- Que se joda.
•••
Lunes. El lunes tiene algo, se nota en la cara de la gente, o quizá es el aire que sabe distinto al resto de los días. Entra en la cafetería del instituto, todas las mesas están ocupadas. Apoya los libros en la barra. Claudia no hace más que quejarse, despotrica contra alguno de sus compañeros pero ella no le presta mucha atención, se limita a asentir con la cabeza.
Echa una hojeada al ambiente del local, justo después de haber pedido una coca-cola.
- Mira, ahí está Chris. Parece que no quiere ni verte.
Exacto. Aunque ya la ha visto y sabe de sobra que se encuentra allí. Habla con sus amigos en una de las mesas redondas. Ella lo examina con la mirada: el uniforme del instituto, el cabello siempre en su sitio, los ojos intentando no desviarse hacia su dirección.
- Creo que voy a hablar con él.
Coge la botella de coca-cola y se la lleva en la mano. A Claudia no le da tiempo a contestar. Los amigos de Chris le clavan la mirada, él, en cambio, ni se molesta, quiere aparentar que no le interesa. Ella inspira antes de hablar, intentando ordenar las ideas dentro de su cabeza.
- Chris, tenemos que hablar.
- ¿Ahora quieres hablar? – No la mira. Pasa las páginas de un libro que tiene encima de la mesa, que ni siquiera le interesa – Pues bien, empieza.
- A solas.
- Lo que tengas que decir puedes decirlo aquí.
Ella entreabre los labios. Una chica interviene:
- Creo que nosotros no tenemos por qué escuchar lo que quiere decirte – le hace una seña con la cabeza, instándole a que vaya con la chica que lo reclama.
Ella le sonríe levemente, agradeciéndole su ayuda.
Chris se levanta bruscamente, enfadado, haciendo que la mesa tiemble cuando se apoya en ella para echar la silla hacia atrás. Coge la chaqueta marrón, de una marca cara, del respaldo y refunfuña un «vamos fuera» casi ininteligible.
Lo sigue, pensando qué decir, por dónde empezar.
- ¿Y bien? – saca un pitillo de la cajetilla de tabaco y lo enciende, aunque allí no podría estar fumando. Da una calada y clava los ojos marrones en ella, que se siente confusa por un instante - ¿Piensas darme algún tipo de excusa, disculparte, confesarme algo…?
- Creo que esto ya no tiene sentido.
- ¿El qué?
- Lo nuestro. Creo que deberíamos ponerle fin.
Suspira. Le da otra calada al cigarrillo y deja que el humo salga lentamente de su boca. Tiene una mueca de rabia en la cara.
- ¿Cuándo te has dado cuenta? ¿En el momento en el que te metiste en la cama de otro? – nota el tono amargo en su voz, cruel.
- Tal vez si no me hubieses echado de tu casa no hubiese acabado allí.
- ¿Así que ahora soy yo el que tiene la culpa? – está indignado. Abre los brazos, haciendo aspavientos – Genial, ¿y para esto querías hablar?
- Si fuese por ti podría haber dormido debajo de un puente y no importarte hasta la mañana siguiente.
- Entonces, ¿es una especie de venganza?
- ¡No es nada, Chris! – empieza a perder los nervios y eso que tenía pensado controlarse. Bufa. Niega con la cabeza, con desaprobación – Andrew me encontró de camino a casa mientras unos chicos venían detrás de mí diciéndome groserías y no sé con qué intenciones. Dormí en su casa porque no sé si recuerdas que supuestamente tendría que estar en la de Claudia. Mentí por ti y me echaste como un perro. No pasó nada entre Andrew y yo pero piensa lo que te dé la gana.
Ella es capaz de dar varios pasos, con la intención de alejarse, antes de que la aferre por el brazo con fuerza y la obligue a dar media vuelta. La empuja contra la pared. Tira el cigarrillo y la coge por los hombros. Ella aumenta la fuerza de su mirada, si cree que le da miedo, se equivoca.
- Se acabó.
- No me digas. Y suéltame.
Lo hace bruscamente. Entra en el local dando un portazo. Ella se queda mirando por donde se ha marchado. Se pasa una mano por el pelo. Suspira. No se había imaginado que las cosas irían así.
Se queda varios minutos fuera. Piensa en el pasado, en los principios. Parece como si siempre hubiese vivido allí y, sin embargo, unos meses atrás aún desconocía todo. Parece increíble que sólo hayan pasado meses desde que conoció a Chris, por casualidad, por aquella taza de café derramada sin quererlo. Guau, ahora se le hace difícil pensar en volver y lo que será dejar esto algún día.
•••
Llega. No se molesta en apagar la música. Sale del coche y se apoya en él. Es un buen día. Luce gafas de sol y hasta podría quitarse la chaqueta y no tener frío.
Los alumnos bajan las escaleras, algunos solos, otros en parejas, otros solos. Todos llevan uniforme, desde los más pequeños hasta los más mayores. Será difícil distinguirla de las demás, no tiene ningún rasgo físico que se salga de lo común, aunque hay pocas que lleven el pelo tan bonito.
Ella se sobresalta cuando lo ve. Intenta disimular, pero lo hace de pena. Ve a los lados, se pregunta si es a ella a quien espera o a otra. Él ríe para sí mismo y la saluda con la mano para despejar sus dudas.
- Sube – le dice cuando aún los separan varios metros -, tenemos una charla pendiente.
Lo hace sin rechistar, antes de que cualquiera lo vea con él y piensa cosas que no son.
- Vaya, ¿te has cansado de hacerte la rebelde?
- Calla y conduce, idiota.
Sube el volumen de la música, que inunda el coche. Él inspira y arranca, con una sonrisa de suficiencia pintada.
- Entonces, ¿ya has cortado con Chris, no?
- ¿Qué? ¿Cómo lo sabes?
- Verás, tengo mis contactos.
Ella se gira en el asiento y lo mira con el ceño fruncido. Sigue sonriendo y no aparta la mirada de la carretera pero sabe de sobra la cara que estará poniendo la chica.
- No me mires así, encanto.
- ¿Encanto? – La desconcierta. Intenta poner su mayor cara de asco pero sólo logra una mueca extraña. Cambia de tema – Sí, he roto con él, ¿contento?
- Oye, no sé si lo sabes, pero no tenía ningún interés especial en que lo hicieras, es más, me es bastante indiferente. Aunque, mirándolo por el lado bueno, ya tienes vía libre para ir a por mí.
- ¿A POR TI?
- Oh, venga, no disimules.
- ¡No disimulo! Creo que estás bastante confundido respecto a mis gustos.
- Mmmm… - la mira un instante, luego vuelve a fijarse en la carretera – me parece que eres una de esas que les gusta hacerse las difíciles.
- Estás mal de la cabeza – se refunfuña y se hunde en el asiento, cruzándose de brazos.
- Cuando te enfadas eres de verdad encantadora.
•••
- ¿Cómo van las cosas con Andrew? – pregunta Lidia, distraída.
- Ya le he dicho a Víctor que no hay nada entre nosotros.
- ¿Fue algo de una noche, entonces?
- ¡No, en absoluto! – se horroriza. No quiere hablar de esos temas con ella y le sorprende la serenidad con que los aborda – Ni esa noche ni ninguna otra pasó nada. Es todo una equivocación, simplemente nos quedamos dormidos.
- En ese caso, no tiene sentido que pregunte por vosotros como pareja.
Por fin alguien que la cree. La diferencia entre Lidia y su marido es que ella deja que hable y él vive de lo que imagina, sin dar oportunidad a explicaciones.
- De todas formas – añade -, hacéis una bonita pareja. Él es un buen chico aunque siempre ha ido paralelo a las reglas, se habría ido por un mal camino si llega a ser otro, pero es demasiado inteligente como para echarse a perder.
No sabe muy bien qué decir. No duda que lo que diga Lidia sea cierto. Lo único en lo que discrepa es en que hagan buena pareja. Andrew es muy distinto, tanto a ella como al resto, no sólo parece vivir paralelo a las normas, sino también a todo lo demás. A veces piensa que le gustaría saber mucho más de él de lo que sabe, si hay un porqué de esa forma de actuar o es solamente que se muestra tal y como es.
Mateo baja las escaleras y se planta al lado de su madre. Lleva una chaqueta de cuero que le da pinta duro y en el bolsillo de los vaqueros una cajetilla de tabaco que no se esfuerza en ocultar.
- Me voy, no sé a qué hora volveré.
- Estarás aquí a la hora de cenar.
- Pero, mamá…
- Todavía estamos en la semana y ya sabes lo que ello implica.
Su intento de aparentar se va por el retrete. Camina hacia la puerta, sin decir nada, con ese andar en el que parece ir de lado a lado, con el ceño fruncido y deseando tener libertad absoluta, aunque casi la tenga ya.
No para de darle vueltas. Está muy indecisa, aunque todavía no sabe bien qué es lo quiere decirle o que pase. Solo hay una cosa de la que está segura: no lo quiere. Querer es algo muy grande y ella lo sabe, querer es algo que te llena el corazón de otra forma, pero que no lo quiera no significa que no le guarde cariño.
Chris siempre ha sido bueno con ella, desde el día que la conoció, había sido el primero en tenderle la mano, en confiar en ella, aunque no había resultado muy difícil hacerse un hueco en este sitio.
Fueron amigos al principio, luego comenzó. Casi no se había dado cuenta. La nostalgia estuvo más presente que nunca y era incapaz de no hacer comparaciones entre Chris y aquel que se había rendido en el punto más crítico, justo cuando más lo necesitaba.
A pesar de todo, no podría que aún hoy él es historia. Él ha sido tal vez la parte más importante de su vida, antes de que empezase de cero en este lugar, antes de que sea la que es en esos momentos. Es todo lo que él ha dejado, lo que ha forjado. Él es el principio y el final de una etapa, pero sobre todo, el principio de lo que de verdad es la vida. Fue él quien le enseñó lo que era vivir por y para una persona, reír y llorar por la causa de otro antes que por la propia. Lo echa de menos, es imposible negarlo, como también es imposible negar que mil veces ha imaginado lo que sería su vida si se hubiese quedado a su lado, como le pidió. Mas lo hecho, hecho está y no hay más vuelta de hoja.
Suelta el teléfono, hablará con Chris más tarde. El nudo en la garganta no la deja pensar con claridad ni tampoco hablar con alguien que no sea ella misma.
•••
-Miguel, deja de hacer ruido con ese trasto, por favor.
El niño la mira con la boca abierta. Ella intenta sonreír, aunque está de bastante mal humor. Debería haberle dicho a Lidia que hoy no era un buen día para quedarse con los niños, necesita estudiar. Intenta volver a concentrarse en los libros.
Sara corretea de un lado a otro con su muñeca en la mano, por lo menos no arma un escándalo como hace su hermano, que parece que no quiere dejar de darle al botón del mando que hace que el coche teledirigido haga un ruido espantoso.
Resopla de nuevo. El hermano mayor de los críos también podría quedarse de vez en cuando con ellos, pero no.
-Venid aquí un momento – les llama, intentando mantener la calma, nunca le han gustado los niños -. ¿Por qué no vais a la habitación a jugar? Necesito silencio.
Sara pone cara de pena. Miguel se enfurruña, le encanta hacer ruido, o quizás molestar.
-Por favor – suplica la chica – y después de cenar os prometo que veremos la peli que queráis.
-¡Bien! – gritan al unísono. Medio segundo después ya están corriendo escaleras arriba.
Vuelve a la lección. Por lo menos ahora será capaz de memorizar algo.
Suena el timbre, lo que faltaba. Se levanta a abrir, preguntándose quién será.
-¿Qué haces tú aquí? – escupe, con los ojos muy abiertos.
-Quería saber de ti. ¿Has cortado ya con el capullo? – se abre paso apartándole el brazo del marco de la puerta. Ni siquiera pide permiso, entra como si fuese su propia casa. Las manos en los bolsillos de los vaqueros desgastados y ese andar característico.
-Todavía es mi novio y, además, ¿qué te importa?
-Curiosidad – se encoje de hombros. Se deja caer en el sofá sin ninguna delicadeza -. Piensas cortar con él, ¿no?
Ella está de espaldas a él. Se apoya en la encimera. Hace una mueca extraña, aunque más extraña es la sensación que la recorre.
-Sí – suena frío y seco.
Silencio. Andrew nota que le incomoda hablar del tema, no pretende hacerle daño con todo esto. A ella no le apetece bromear ni que la piquen. Él la mira, aún no se ha girado. Se levanta en silencio y se acerca a ella, nota esa especie de tensión en el ambiente. Ella cierra los ojos.
-¿Lo quieres?
-¿Qué?
Se encuentra con los ojos de él. Nunca se había parado a mirarlos, por lo menos, no tan de cerca. Son de un color extraño y brillan. ¿Azules? Guau, hipnotizan.
- ¿Lo quieres? ¿Lo amas?
Balbucea. Se siente ridícula. Tiene la impresión de estar desnuda delante de miles de personas.
-No… - murmura por fin. Baja la mirada, un poco avergonzada.
-Vaya, creí que nunca lo dirías – nota la impresión de ella y vuelve a abrir los ojos como platos -. ¿Sabes? Se nota que no lo quieres.
-¿En qué? – está entre indignada y curiosa.
-No lo sé, simplemente, se nota. ¿Alguna vez has estado enamorada de verdad?
-¿Qué tiene eso que ver?
-Contesta.
-Sí, lo he estado.
-Entonces, ¿por qué pierdes el tiempo con Chris?
Vuelve a balbucear. La confunde. Llega y desordena todo lo que estaba ordenado en su interior, siempre lo hace. Ni sus pensamientos ni sus sentimientos saben a dónde dirigirse.
-No me mires así – sonríe de una forma que nunca antes ella ha visto -, haces que me sienta culpable.
•••
No, en el fondo no es tan malo, ni tan irritante, ni tan insoportable, hasta puede aguantar sin sacarla de quicio más de lo que creía. Además, piensa, ¿qué ganamos llevándonos tan mal? Se pregunta si de verdad se preocupa por ella o es simple curiosidad, como asegura. ¿Y realmente se ha fijado en si se notaba si quería a Chris o no? Nunca se ha propuesto esconder sus sentimientos y el no querer a alguien es un sentimiento más, pero habría que conocerla muy bien como para darse cuenta.
Ha preparado espaguetis para cenar, los niños estarán encantados y Andrew… tendrá que aguantarse.
-¡Andrew! – escucha a Miguel gritar. Corre hacia él, sonriendo de oreja a oreja. Ella no se ha dado cuenta de que el niño había bajado las escaleras. Tanto él como su hermana adoran a su nuevo comensal.
-Hola, chaval.
Comienzan a hablar sobre fútbol. Miguel parece emocionado, él lo mira de forma entrañable. Sara se queda al margen pero está feliz.
-¿Te quedarás a cenar?
-Claro, Grace me adora.
Ella pone los ojos en blanco. Odia esa manía de llamarla Grace.
Cenan. Ríen. Ven la película prometida, demasiado larga y llega el fin. Ella no sabe cómo ha llegado a recostarse encima de Andrew en el sofá sin que la tirase de un empujón.
Sara se apoya en su hermano, al que se le cierran los ojos.
-A la cama, venga, ya es tarde.
Ni siquiera protestan, como habrían hecho cualquier otro día. Miguel camina cabizbajo y Sara lleva agarrado de una “mano” a su osito.
Andrew está entre el sueño y la realidad. La agarra y no la deja salir.
-Eeeh... – le susurra. Él abre un ojo. Adorable – tengo que llevar a los niños a la cama.
Murmura algo por lo bajo y deja que la chica se vaya. Le sonríe, justo antes de ocupar todo el sofá en cuanto se levanta. Ella desaparece escaleras arriba.
No es difícil dejar tranquilos a los críos entre las mantas. Apaga las luces y baja las escaleras intentando no hacer mucho ruido. Protesta en voz baja para que le deje un sitio a su lado. Ella hace como que no ve que hay otro sofá, a él no le importa tenerla cerca, le gusta poder oler el aroma de su pelo. Se pone de espaldas a él y nota cómo su brazo la rodea.
-¿No piensas volver a casa? – susurra. No intenta echarlo, ni que se vaya.
-No. Esta noche toca que me cobije yo aquí.
No pretenden dormirse, por lo menos ella, pero nada más encender la tele lo hace, sin darse ni cuenta.
•••
Abre los ojos lentamente, aún con el pesar de las horas de sueño. Se sorprende al verlo allí, aún habría esperado encontrar a Bruno y a su pelo rizado sobre la almohada. Pestañea, intentando no sentir nostalgia ni nada que se le parezca.
Sin quererlo, peina el pelo de Andrew, mucho más claro que el que peinaba antes, en el que enredaba los dedos antes de precipitarse a por aquella boca. La quita cuando se mueve, no quiere, por nada del mundo, que la descubra con esa cara.
Le da la espalda pero se arrima a él, buscando algo de calor, que sólo oyendo como el viento golpea las ventanas se enfría, aunque no es solo ese tipo de calor el que necesita.
Él vuelve a pasar al brazo por la cintura de la muchacha como anoche en el sofá. Ella se pregunta si no se estará tomando demasiadas confianzas pero no hace nada por apartarse. Lo que no sabe es que está prácticamente despierto, que le gusta sentirla así de apacible.
Ella se desliza con cuidado fuera de la cama. No recuerda cuál fue el momento exacto en que decidieron subir a la habitación antes que quedarse toda la noche en el sofá. Se pone una bata por encima del pijama con el que lleva puesto desde la tarde de ayer e intenta ser delicada al abrir la puerta.
Andrew la sigue con la mirada sin que se dé cuenta.
-Una noche movidita, ¿no? - Ella se sobresalta al oír la voz de Mateo. Se gira hacia él, frunciendo el ceño. Le hace un gesto para que baje la voz. La sonrisa cargada de malicia no se desvanece de la cara del chico – Creía que lo odiabas.
-No ha pasado nada.
-No intentes negarlo, es evidente. Mis padres también lo saben. Creo que a papá le gusta la idea de que vosotros dos… ya sabes.
-Siento desilusionaros pero no ha pasado nada.
-No seas cría, además se te nota que te va la marcha.
-¿Qué insinúas? – se indigna y es incapaz de controlar el tono de voz.
-Yo no habría elegido el sofá, por lo menos no ese sofá pero…
Da media vuelta, mientras pone los ojos en blanco. Vuelve a entrar en la habitación, no quiere seguir escuchándolo. Cuanto más lo niega más parecen empeñarse en que es verdad.
-Despierta, bella durmiente – enciende las luces. Se sienta en la cama y lo zarandea -. La que has montado.
-¿Yo?
-¿Quién sino?
-¿Por qué? ¿Qué he hecho?
-Toda la familia se piensa que ha pasado algo entre nosotros, sin olvidarnos de tu hermana. Enhorabuena, campeón.
La mira, somnoliento. Se tapa con las mantas, intentando volver a dormirse.