Cumple su palabra. Allí está todos los días de la semana, esperándola, arrancándole una sonrisa por unas cosas o por otras. Pero no sólo está allí justo cinco minutos antes de que acaben las clases todos los días de esa semana, sino que también de la siguiente. El corvette parece formar el cuadro de una foto de los setenta, junto con la calle adoquinada y los sauces con esas hojas encantadoras que a ella le hacen soñar.
Ella se descubre esperando a que acabe la clase para ver si hoy también ha venido, para sonreírse a sí misma y que Claudia la mire con esos ojos de sospecha y a la vez de felicidad.
No sólo su amiga sospecha, todos sospechan. Claudia intenta sonsacar información pero ella sólo se echa a reír cuando le saca el tema. Chris la mira receloso y apenas le dirige la palabra. A Víctor le alegra ver el cambio, notar lo poderosa que es la fuerza de ese chico, cómo ha sido capaz de hacerla olvidar. Mateo se pregunta si todas las bromas que le gasta acerca de Andrew tendrán su parte de verdad.
El primer fin de semana, ella incluso lo echa de menos; parece que le falta algo, que no se siente completamente cómoda si no está. Luego se recuerda lo mucho que lo llega a detestar a veces.
El segundo fin de semana es él el que le cuenta que el sábado noche tocará en un local. Lo deja caer en forma de invitación. Ella bromea a costa de su música, él bromea acerca de su forma de hablar.
Y ella llama a Claudia. Se pone esa falda de tubo que le queda tan bien y apenas se maquilla. Toman un refresco mientras el grupo no toca. Claudia habla sobre el chico que Graciela tiene a sus espaldas, sin dejar de mirarlo y acicalarse el pelo.
Sin darse cuenta, entre copas que se van acelerando, Andrew sale a tocar. La busca con la mirada y no es difícil encontrarla, allí, sentada en la barra entre todo ese gentío que no se esperaban; lleva el pelo de esa forma desarreglada que tanto le gusta, con ese aspecto de sedoso que le hace querer hundir los dedos en él. Le molesta que ella no se percate de que ya han salido al escenario hasta que empieza a hablar por el micrófono y se gira, como sorprendida, y se le dibuja una sonrisa en la cara, que hace que se le eleven los pómulos como sólo ella es capaz de hacer.
Descanso de quince minutos tras tocar unas siete canciones. Lo sigue con la mirada cuando baja del escenario por el frente, sin preocuparse en usar las escaleras. Lleva esas zapatillas viejísimas que, no sabe si por casualidad o porque son una especie de amuleto, se pone en los conciertos.
La mira, sin darle importancia a todas las cabezas de en medio que intentan robarle esa imagen de niña buena.
-Sabía que vendrías.
Ella le sostiene la mirada, sin miedo alguno, incluso con un toque de burla.
-No tenía nada mejor que hacer.
-¿Por eso te has pintado los labios?
-Por si veía a alguien interesante.
Acerca un taburete al de ella. Pide una cerveza. Luego se pierde mirándole las piernas.
-Venga, ¿qué te ha parecido?
-Mejor que la última vez que os he visto.
-¿Debo tomármelo como un cumplido?
-Eso creo.
Ríe y bebe de su copa. Parece animada, aunque tal vez sea efecto del alcohol.
-¿Y tu amiga?
-Allí – señala a Claudia, que tontea con el chico del que no paraba de hablar -. Y creo que tienen para rato.
Carretera vacía. Conduce con despreocupación. Música a todo volumen como normalmente. Se respira complicidad mezclada con un extraño ambientador de pino. Hoy se ha puesto la misma imagen que siempre.
-¿Alguna vez has probado a peinarte?
-¿Alguna vez has probado a tener tu propio estilo?
Ella pone los ojos en blanco y sigue recorriendo el paisaje con la mirada. El cielo está gris; parece que tampoco se ha tomado bien que Bruno se haya ido. Bruno, otra vez.
-¿Qué quería ese idiota? – pregunta, apartando un momento la mirada de la carretera.
-¿Chris? – asiente, con una mueca en la cara – Tocarme las narices.
-Deberías informarle de que ese puesto ya está ocupado.
Se contagia de esa sonrisa de niña, de esos ojos que sonríen también.
-Tú sí que eres idiota.
Pero se percata de esa nota aguda, como queriendo decirlo en serio pero sin poder.
-Vaya si lo soy, me he decidido por venir a recogerte toda la semana…
-¿Ah sí?
-Así ese tal Chris se enterará de que no tiene nada que hacer.
Se quita la camiseta y los pantalones. Se mira al espejo de refilón. Se pregunta a sí mismo cuánto habrá tenido que aguantar ella, cuán de grande puede llegar a ser su mente, su forma de pensar.
Todavía no entiende muy bien cómo pero lo ha impresionado. Tal vez es esa manera de mirar.
Piensa en su padre, en si estará arrepentido de algo, en si le estará doliendo esto. Hace una mueca. Resulta ridículo pensar que estará dolido cuando no ha tenido piedad, cuando no ha querido entender ni dar oportunidades. No quiere pensar en su madre, no la odia, pero la detesta; tal vez por someterse, sin rechistar, sin acudir a la ayuda de su hijo nunca.
Tiene las cosas claras, eso sí. No dejará lo que quiere hacer. Él no traicionará a su música, a sus sueños, eso es de cobardes.
Se sienta en la cama y se pregunta qué le deparará el futuro, qué pasará después de todo esto.
Ella lo mira mientras se le escapa una carcajada. Mete la cuchara dentro del helado y se la lleva a la boca.
Sí, nunca se había equivocado, es una de esas personas enormes, que te sorprenden cuando menos te lo esperas. Aunque a veces resulte detestable.
No quiere pensar en Bruno pero es inevitable. Se pregunta si él habrá olvidado lo que se querían y todas las promesas hechas. De pronto, todo le parece ridículo; hasta ella misma se lo parece, por haber confiado en algo que en el fondo sabía que volvería a doler.
Oh, el dolor parece esconderse cuando Andrew la mira como ahora, con los ojos brillando, con esa máscara de chico no le importa nada pero que, en el fondo, es el que más se preocupa.
No sabe si es la película lo que la hace reír o simplemente las ansias que tenía de hacerlo.
-Eh, comparte un poco de helado o te pondrás como una vaca – bromea.
-Eres idiota.
Tampoco sabe muy bien en que desembocará todo esto. No se ha olvidado de que la última vez que lo vio lo odió con toda su alma, que aún hay asperezas por limar.
-¿Por qué te has mudado?
-No quería que me encontrases, así que huí.
-En serio.
-No me sentía bien con aquel tipo y mi amigo me ofreció algo mejor así que… no dudé en mudarme.
-Entonces, no tienes intención de volver.
Silencio. De pronto se pone serio.
-No. Ni quiero hablar de eso.
-¿Por qué?
-Me toca las narices.
-Es injusto. Yo te he contado, prácticamente, toda mi vida. Me gustaría saber qué ha pasado con tu padre, cuál es la razón por la que no quieres volver.
La película saca una escena graciosa que ven sin ver. Ninguno ríe. Él piensa. Ella espera.
-Mi padre no me apoya, quiere que deje la música para ponerme a estudiar en serio. No entiende que él no es el dueño de mi vida, que yo puedo hacer lo que me dé la gana, que es lo que haré. Cree que lo necesito para sobrevivir, que no tengo de donde sacar el dinero. Es cierto que ahora el tema del dinero es más difícil pero me lo paga la tranquilidad de no tener que escuchar todo el tiempo que soy un inútil y que mi música se irá a la basura más temprano que tarde.
-Quizás él sólo quiere asegurarse de que el día de mañana tengas un trabajo si tu música falla.
-Él quiere que sea como él, Grace, y eso no es lo que espero de mi vida. No me importa el dinero, quiero hacer lo que me gusta y punto, quiero una vida feliz y no como la de él, hablando todo el tiempo de negocios; si lo que me gusta me da lo suficiente como para vivir, me conformo, claro que sería mucho mejor si ganase millones, no te miento, pero con poco también me conformo.
-¿Vas a dejar la universidad, entonces?
-No lo sé. Depende de mi tiempo.
-Pero, ¿por qué no quiere que toques si estudias al mismo tiempo?
-Dice que no le gusta, que pierdo el tiempo, que lo que le dedico a la música podría dedicárselo a ayudarlo con la empresa o a aprender cómo funcionan las cosas en ella. Para mi padre nunca es suficiente – se para y la mira. Ella nota que es un tema doloroso para él -. Esta no es nuestra primera discusión, pero es la gota que ha colmado el vaso, me ha hecho elegir y he elegido.
Ella se acerca un poco. Él deja caer la cabeza sobre su hombro, pensando.
-Ha sido un mal golpe, ¿no?
-Claro, es mi padre, al fin y al cabo, y me repatea que le den igual mis expectativas.
-En el fondo, nos encontramos en la misma situación – sin darse cuenta, le coge la mano y se la aprieta -. Ambos hemos sido menospreciados. Y, ¿sabes? A mí me encanta tu música.
Sonríe. Es la primera vez que lo ve sonreír de esa forma, como un niño. Incluso le parece emocionado. A ella se le contagia esa sonrisa dulcísima.
-Lo que más odio es sentir que la gente menosprecia lo que hago. Me da igual que mi música no le guste a mi padre o a quien sea, quizás no es su estilo, pero otra cosa muy distinta es que la califique de mierda.
-Nada que se haya hecho con cariño es mierda.
No le suelta la mano. Se ven a los ojos unos segundos y luego él la rodea con los brazos y la acerca. Le da un beso en la frente y la despeina.
Canta ese estribillo pegadizo y activa el parabrisas porque la lluvia de finales de noviembre nunca tiene piedad. Aminora la velocidad a medida que se va acercando al coche de adelante, parado. Parece que hay caravana.
Tamborilea con los dedos en el volante mientras sigue cantando, es una letra amarga, melancólica, que últimamente no se le quita de la cabeza. Mira, distraído por el espejo retrovisor.
Al principio no se fija pero luego le llama la atención una figura femenina, caminando, cabizbaja, sin paraguas, con el cabello suelta.
Es esa melena inconfundible.
Los dedos dejan de llevar el ritmo, como aturdidos. El coche de adelante avanza unos pocos metros y él lo sigue sin apartar la mirada del retrovisor. Cuando para, gira la cabeza para intentar verla con sus propios ojos.
Es ella. Se está empapando. Está sola. No ha entendido muy bien la explicación de Claudia y no sabe si ella debería estar triste o contenta pero ahora parece encontrarse bastante lejos de la euforia.
Busca con la mirada un sitio donde poder aparcar. Nada y unos metros más de avance. Ahora ya no cabe duda de que es ella, cada vez más mojada. Abre la ventanilla del lado de la acera a toda velocidad. Ella casi está a la altura del coche y parece no haberse percatado de la presencia del antiguo corvette rojo, aunque no es de extrañar cuando no despega la mirada del suelo por dónde camina.
Tiene que hacer algo. Sabe que no es normal verla así.
Pita y ella alza el rostro un segundo para luego volver a esconderlo. La gente con paraguas la mira.
La lluvia entra por la ventanilla abierta. Baja el volumen de la música hasta que la canción se vuelve un murmullo entre el ruido de las gotas de lluvia.
Grita su nombre cuando ella está a apenas dos metros. Esta vez sí que se da por aludida, se queda quieta en medio de la acera. Andrew desvía el coche hacia la entrada de una calle, justo por donde ella cruzaría si seguía caminando recto.
Ella sigue quieta. Él vuelve a gritar, le pide que entre. Nada. Insiste y la cara de ella se descompone; hunde el rostro entre las manos y da media vuelta, intentando escapar. Él sale del coche sin pensárselo dos veces. Grita que espere pero ella sigue huyendo, como si hubiese visto a su peor pesadilla. Él corre, mientras siente, sin importarle, cómo la lluvia lo empapa. Ella choca contra un hombre trajeado y con paraguas, que se asusta.
Y Andrew la alcanza. La nota débil, muy débil, apenas es capaz de recuperarse del choque. Le agarra los hombros y hace que dé media vuelta para poder verle la cara. Luego, se asusta porque nunca ha visto unos ojos, que han llegado a ser el súmmum de la luz, tan infestadosde negrura, que gritan auxilio, ayuda.
La nota temblar y él también se vuelve débil. No es capaz de apartar su mirada de la de ella, ni tampoco de moverse o decir algo coherente. Y, mientras, sigue la lluvia, que no le importa que las gotitas se posen en las pestañas de ella haciendo que pestañee continuamente.
¿Qué es lo que ve? No quiere saberlo, habría pagado por no ver ni sentir la tristeza de ella, por no ver cómo han cambiado sus ojos.
Entonces quiere hacerse valiente, luchar contra la debilidad, la tristeza y la negrura y le rodea los hombros con su brazo, porque siente que así la protege, y la arrastra con él al coche.
Los pasos pesan, las lágrimas que intenta no ver pesan, el temblor pesa, las disculpas y las discusiones pesan; todo pesa.
La gente ha dejado de pasar. Los pies se meten en los charcos. Del pelo caen gotas de agua que se confunden con la lluvia. Ninguno dice nada, parece que no hay nada que decir.
Por una vez en su vida no le importa su orgullo. Sólo quiere ayudarla, siente que sólo ahora mismo sigue en el mundo porque tiene que ayudarla.
Ella no opone resistencia cuando la insta a entrar en el coche, de pronto se ha vuelto una muñeca facilísima de manejar. Cuando Andrew se sienta en el asiento del conductor, ella ya ha hundido la cara entre sus manos.
Le coge las muñecas, con delicadeza, y hace que aparte las manos para poder verla. Otra vez encuentra sus ojos, suplicando. Los ve más fijamente que nunca y es capaz de apreciar cada detalle, como ese solecito que parece rodear el iris o los estragos que han causado las lágrimas en el blanco. Y, sin más, como si nunca hubiesen discutido ni gritado, la abraza y ella se deja abrazar.
Graciela esconde la cara en su hombro. Él siente el desorden en su interior; sí, tiene claro que está ahí para ayudarla pero no sabe quién lo ayudará a él con tanta confusión.
La nota sollozar en silencio y le acaricia el pelo con ternura, se le antoja de seda. Sabe que no es el momento de preguntar nada, que si ahora pregunta ella no estará en condiciones de contestar.
Ninguno se percata del tiempo que pasan así, abrazados pero a la vez separados por la palanca del cambio de marcha. Ella no quiere pensar pero imágenes e imágenes acuden, de forma inconsciente, a su mente. Lo fácil se ha vuelto difícil, lo apreciado odiado, lo bonito horrible; y todo en cuestión de minutos.
Ella se separa lentamente, sabiendo que ya no quedan lágrimas. Él la mira un momento y luego arranca el coche. La chica sorbe por la nariz y, con voz cansada, pregunta:
-¿A dónde me llevas?
-Conmigo.
-¿A dónde? – repite.
-Al supermercado.
-¿Qué? ¿A qué?
-Compraremos helado, alcohol y alquilaremos alguna comedia, yo soy demasiado malo contando chistes.
Claudia da media vuelta. Debería haberle preguntado si él sabe dónde está Graciela, que vuelve a no coger el teléfono. Lo busca por el resto del edificio y lo encuentra caminando hacia las puertas de salida, atento, mirando a los lados.
-¿Estás buscando a Graciela? – le pregunta.
-¿Y tú qué crees? - no puede evitar mostrarse cabreado. Le repatea buscar para no encontrar.
-No ha venido, no pierdas el tiempo.
-¿Le ha pasado algo? – suena de lo más preocupado.
-No lo creo, o no quiero creerlo. Estos días ha faltado mucho y parecía que al principio no quería coger el teléfono... pero ahora es distinto, no quiero ser pesada, pero debería contestar a mis llamadas; además, hoy tenemos un examen importante, no es propio de ella faltar, ni siquiera ahora.
-Espera, espera… ¿qué está pasando?
-Es Bruno, su ex novio, ha venido a verla.
Luego se encuentra golpeando el volante una, dos, tres veces. Apoya los codos y se pasa las manos por el pelo. Se siente ridículo, aunque no sabe por qué. Arranca y pone la música bastante alta. De repente ya no tiene ganas de disculparse, ni de buscarla, encontrarla y sonreírle.
Andrew toma la decisión. Ha sido difícil pero sabe que quiere hacerlo. No quiere arrepentirse por más tiempo. La música se lo ha dicho, las horas con la guitarra le han confesado que es ahora o nunca, si sigue dejando pasar el tiempo ya no tendrá sentido.
Coge el viejísimo corvette y conduce con la música alta, pensando sin querer pensar porque sabe que si recapacita mucho más acabará por no hacerlo. Le parece tardar mucho más que normalmente pero sólo es que está impaciente. A esta hora ella no tendría que tener clase.
Salta del coche una vez aparcado y casi corre escaleras arriba. Una especie de nerviosismo lo invade. Entrará y la buscará. Pero no la encuentra. Por ningún sitio. Ve a sus compañeros; ese tal Chris que lo inspecciona de arriba abajo con odio, Claudia que lo mira con algo así como misericordia. Nadie ofrece ayuda. Sale al patio y tampoco la ve, ni en los pasillos, ni en la biblioteca, ni en la cafetería, ni en ninguna otra parte.
Se extraña. Se pregunta dónde estará. Siente que tiene que calmar su ansia, que, si no la encuentra pronto, se volverá loco.
Viernes noche. Mucha gente. Un local precioso, moderno pero a la vez con aires sesenteros. Desde el primer día que fue allí le gustó. La música está alta. Claudia la coge de la mano y la arrastra entre la multitud. Gracias a ella y sus dotes de seducción han podido entrar, o es que tal vez ya la conocen lo bastante como para saber que es cliente habitual.
Las esperan en una mesa, sentados en sofás. Uno de ellos se levanta, es Chris. Otro viernes cualquiera no lo habría hecho, ni tampoco la habría mirado con rencor al pasar cerca. Aunque suene cobarde, no quiere verla. Ella lo sigue con la mirada; tiene que superarlo, piensa.
-Creíamos que no llegaríais nunca – dice el novio de Claudia, que la recorre de arriba abajo. Un segundo después ella está en sus rodillas besándolo.
Suspira. Tal vez la noche no sea tan buena como esperaba, debería haber supuesto que algo así pasaría.
En toda la semana no le ha dirigido la palabra a Chris. No era eso lo que pretendía, al fin y al cabo, es un chico que le cae bien pero hay dentro de ella que le impide dar un paso hacia la disculpa… ¿pero qué dice? ¿Por qué debería pedir disculpas? Ella no ha hecho nada malo, ha sido él el que la echó de su casa.
Claudia dice que exagera, que lo que Chris hizo ha estado mal pero tampoco tanto como para llegar a dejarlo. Por una parte tiene razón, pero esta es la oportunidad que no podía dejar escapar, ella no lo quiere lo suficiente.
Alex la coge del brazo y se acerca para que lo escuche:
-¿Seguís con lo mismo?
-Eso parece.
-Sabes lo orgulloso que es. En el fondo está deseando solucionar las cosas.
-Pero es que no hay nada que solucionar, ya hemos puesto los puntos sobre las íes. Si es que está enfadado conmigo, yo no tengo nada por lo que disculparme, le he explicado todo. Hemos roto pero no es una razón para huir de mí.
-Le ha jodido que se acabara, no sabes cuánto, aunque no quiera dar el brazo a torcer. Eras muy importante para él.
No le sientan bien esa clase de comentarios, ya se sentía lo suficientemente cruel al dejarlo sin una razón de peso. Alex no lo hace con mala intención, solo pretende informar.
-¿Quieres que hable con él?
-No quiero disculparme, Alex. Siempre que discutimos he sido yo la que ha dado el brazo a torcer, no quiero volver a hacerlo.
-Pero no me refiero a una disculpa, sino a intentar que entre en razón para que, por lo menos, volváis a ser amigos.
-En ese caso… está bien – le sonríe.
•••
No está nervioso. No es la primera vez que lo hace. Han tenido que reemplazar al batería, demasiados problemas con el anterior y el nuevo sí que está nervioso. Se asoma por la cortina para ver qué está sucediendo.
Hay mucha gente. Sonríe para sí mismo. Será una buena actuación. Uno de los camareros intenta presentar encima del pequeño escenario, alguno lo abuchea, otro le mete prisa y otro lo alaba, él intenta sonreír.
Por fin salen a escena. Las cabezas se giran hacia ellos. El batería todavía se pone más nervioso. Andrew muestra naturalidad.
El camarero le pasa el micrófono y se va. Dice algo gracioso, todos ríen. La reconoce entre la multitud, esta vez le es fácil, al contrario que en el instituto. Enseña los hombros con una camiseta negra, no ve mucho más abajo que su cintura pero le basta para saber que cualquier chico se le quedaría mirando; luce el pelo suelto, como casi siempre. Él se pega al micro. Le sonríe a la chica. La ve fruncir el ceño, se estará preguntado que hace él allí. Y comienza a cantar y a tocar su amada guitarra.
Sí, ella está sorprendida, más que nada por el aterciopelado de su voz, lo distinta que parece sonar ahora, cómo puede llegar hasta a ser tierna. Y por esa extraña fijación por lo viejo, calza unas all stars que deben tener como cien años.
Se sorprende también porque no puede apartar la mirada. Claudia la ha dejado sola desde hace un rato y no se ha dado ni cuenta.
•••
-Bravo – aplaude mientras se acerca. Las palmadas parecen hacer eco contra las paredes del local, ahora vacío. Andrew levanta el rostro un segundo para ver de quién se trata, después sigue cerrando la funda de la guitarra.
-Vaya, tú por aquí.
-He venido a felicitarte. Para ser sinceros, siempre he pensado que todo lo que podría salir de ti sería basura.
-Me lo tomaré como un cumplido – la mira de arriba a abajo, en efecto, cualquier chico se habría quedado prendado. Recoge algo más -. Entonces, ya estás a mis pies, ¿no?
-Nunca.
Ríe para sí mismo. Vuelve a alzar la mirada. Clava sus ojos verdes en ella, una luz se refleja en ellos. Luego los desvía y la chica gira la cara para ver qué es lo que le está pintando una sonrisa en la cara.
Tacones altos y una melena larga y oscura. Piernas perfectas, cara perfecta. La odia casi al momento, tal vez la envidia sea uno de los ingredientes.
-Fantástico, realmente fantástico – incluso una voz perfecta, lo que faltaba.
Sonríe y los labios rojos enseñan unos dientes blancos como perlas. Andrew la recorre con la mirada. La chica perfecta acaba rodeándole el cuello con los brazos, le da un beso en las comisuras.
Andrew se acuerda de su amiga, aunque nunca se haya olvidado, que se siente un poco incómoda y mira el suelo. Se dirige hacia ella, apartando a la otra. Se pasa una mano por el pelo.
-Será mejor que me vaya, Claudia me está esperando. Además, si sigo aquí mucho tiempo aumentaré todavía más tu ego… y, pensándolo mejor, no debí haberte felicitado.
-Lo hicimos demasiado bien como para que pudieses resistirte.
Ella pone los ojos en blanco y da media vuelta. Él la sigue con la mirada, nota esa especie de celos, más bien, la indignación. Es cierto, de repente, está enfadada e indignada, como muchas de las veces que habla con Andrew.
No está celosa, ¿por qué iba a estarlo? Es solo que le dan rabia las chicas como esa.
•••
La ve. Sale del coche. Ella está metiendo las llaves en la cerradura. Da un respingo cuando siente unas manos tapándole en los ojos. Se asusta pero se calma al reconocer ese olor. No sabe si sonreír o no, todavía está un poco indignada.
-¿Se puede saber qué haces?
-Adivina quién soy.
-Andrew, por favor.
La suelta, sin oponer resistencia. Le quita las llaves de las manos y las mete en el bolsillo de los vaqueros. Lleva la misma ropa que cuando actuó. Ella hace un mohín con la boca y extiende una mano para que se las devuelva.
-Venga, dámelas. Es tarde, debería llevar un rato en casa.
-Sigues con tus intentos de hacerte la rebelde, entonces.
-Si, sigo con ellos – intenta ser sarcástica.
Las saca y está a punto de dárselas. Se pone más serio. Silencio. Pasa la lengua por los dientes, pensando. Ella espera.
-No es mi novia.
-No creo que nadie soportara tenerte como novio, ni siquiera ella.
-Te repites. Además, ¿qué es eso que noto en tu voz? ¿Rencor?
-¿Por qué iba a sentir rencor?
-Cierto, son celos.
Pone los ojos en blanco y le arrebata las llaves. Las mete en la cerradura, sin molestarse en no hacer ruido. Lo mira con rabia. La descoloca. La saca de sus casillas.
-¿Vas a cerrarme la puerta en las narices?
-Exacto.
Ríe para sí misma cuando lo hace. Se apoya en la puerta y enciende la luz. Recorre la estancia con la mirada, no hace mucho que la conoce, apenas cinco meses.
Las cosas han cambiado mucho desde entonces. Primero la beca. Bruno la había apoyado al principio, cuando la cosa se veía casi imposible; sonaba horrible decir que no confiaba en ella pero era así, no confiaba en que pudiera conseguir la oportunidad de irse. Y se fue, con el sabor de la ruptura y la discusión en los labios.
Luego, sus padres. No quiere recordar ese apartado, las heridas aún están frescas. Un escalofrío le recorre la espalda. Suspira y ve que se enciende la luz de las escaleras, entonces, Víctor se asoma mientras hace una mueca de enfado.