Pierdo el tiempo.

"Quiero hacer contigo lo que la primavera hace con los cerezos"

Lovers

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viernes, 6 de mayo de 2011

tercera escena, doceavo capítulo

  

Hoy no hay música, sólo las voces de ambos que parecen querer ganar el combate de quién es más rápido con las palabras, con lo que ella no cuenta es con esa sensación de rabia mezclada con risa y encanto que la recorre cuando se mete con ella y que le hace perder su credibilidad cuando le dice que lo odia.
  Paran en un bar que él se empeña en enseñarle. Se sientan uno enfrente del otro y ella no puede evitar pensar en lo terriblemente atractivo que le parece cuando rodea con suavidad el botellín de cerveza y se lo lleva a la boca.
  La luz es anaranjada y le da un toque cálido al lugar junto con los bancos y mesas de madera. Afuera el viento azota los árboles y le revuelve el pelo a ella en el camino hacia el coche. A él le parece de lo más divertido ver cómo quiere esconderse dentro de su propio abrigo mientras corre hacia el corvette.
  Vuelve no sabe a qué hora, pero sí más tarde de lo esperado. Él bromea haciendo predicciones de cómo correrá ella hasta la puerta de la casa. Ella le pega en el hombro y luego intenta esconder la sonrisa en una mueca arrugando la nariz.
  Entonces sale, y el viento vuelve a jugar con su pelo y sus tacones hacen música en la acera hasta que abre la puerta con sus propias llaves y, antes de cerrarla, mira otra vez el corvette, que espera hasta que ella ha desaparecido dentro de la casa con una sonrisa que, esta vez, le es imposible esconder. 




martes, 19 de abril de 2011

Segunda escena, doceavo capítulo

  Escucha el ruido de los tacones antes de verla. Se gira lentamente. No puede ser otra, sólo ella camina así, como creando música a cada paso. Y no se equivoca, allí están esos labios pintados de rojo. Se apoya en la pared y cruza las piernas.
  Sus compañeros la inspeccionan con la mirada. Le sonríen. No la conocen de nada pero lo han visto con ella varias veces.
  Él deja la funda de la guitarra a un lado y la mira, sonriendo, también, pero de otra forma. Se acerca a ella en silencio, con los ojos nadando en los suyos.
-          Querrás que te lleve a casa.
-          No me importaría.
-          En cuanto acabe de recoger, nos marchamos.

lunes, 4 de abril de 2011

Primera escena, doceavo capítulo



Cumple su palabra. Allí está todos los días de la semana, esperándola, arrancándole una sonrisa por unas cosas o por otras. Pero no sólo está allí justo cinco minutos antes de que acaben las clases todos los días de esa semana, sino que también de la siguiente. El corvette parece formar el cuadro de una foto de los setenta, junto con la calle adoquinada y los sauces con esas hojas encantadoras que a ella le hacen soñar.
  Ella se descubre esperando a que acabe la clase para ver si hoy también ha venido, para sonreírse a sí misma y que Claudia la mire con esos ojos de sospecha y a la vez de felicidad.  
  No sólo su amiga sospecha, todos sospechan. Claudia intenta sonsacar información pero ella sólo se echa a reír cuando le saca el tema. Chris la mira receloso y apenas le dirige la palabra. A Víctor le alegra ver el cambio, notar lo poderosa que es la fuerza de ese chico, cómo ha sido capaz de hacerla olvidar. Mateo se pregunta si todas las bromas que le gasta acerca de Andrew tendrán su parte de verdad.
  El primer fin de semana, ella incluso lo echa de menos; parece que le falta algo, que no se siente completamente cómoda si no está. Luego se recuerda lo mucho que lo llega a detestar a veces.
  El segundo fin de semana es él el que le cuenta que el sábado noche tocará en un local. Lo deja caer en forma de invitación. Ella bromea a costa de su música, él bromea acerca de su forma de hablar.
  Y ella llama a Claudia. Se pone esa falda de tubo que le queda tan bien y apenas se maquilla. Toman un refresco mientras el grupo no toca. Claudia habla sobre el chico que Graciela tiene a sus espaldas, sin dejar de mirarlo y acicalarse el pelo.
  Sin darse cuenta, entre copas que se van acelerando, Andrew sale a tocar. La busca con la mirada y no es difícil encontrarla, allí, sentada en la barra entre todo ese gentío que no se esperaban; lleva el pelo de esa forma desarreglada que tanto le gusta, con ese aspecto de sedoso que le hace querer hundir los dedos en él. Le molesta que ella no se percate de que ya han salido al escenario hasta que empieza a hablar por el micrófono y se gira, como sorprendida, y se le dibuja una sonrisa en la cara, que hace que se le eleven los pómulos como sólo ella es capaz de hacer.
  Descanso de quince minutos tras tocar unas siete canciones. Lo sigue con la mirada cuando baja del escenario por el frente, sin preocuparse en usar las escaleras. Lleva esas zapatillas viejísimas que, no sabe si por casualidad o porque son una especie de amuleto, se pone en los conciertos.
  La mira, sin darle importancia a todas las cabezas de en medio que intentan robarle esa imagen de niña buena.
-          Sabía que vendrías.
  Ella le sostiene la mirada, sin miedo alguno, incluso con un toque de burla.
-          No tenía nada mejor que hacer.
-          ¿Por eso te has pintado los labios?
-          Por si veía a alguien interesante.
  Acerca un taburete al de ella. Pide una cerveza. Luego se pierde mirándole las piernas.
-          Venga, ¿qué te ha parecido?
-          Mejor que la última vez que os he visto.
-          ¿Debo tomármelo como un cumplido?
-          Eso creo.
  Ríe y bebe de su copa. Parece animada, aunque tal vez sea efecto del alcohol.
-          ¿Y tu amiga?
-          Allí – señala a Claudia, que tontea con el chico del que no paraba de hablar -. Y creo que tienen para rato. 

martes, 22 de marzo de 2011

octava escena, onceavo capítulo

Carretera vacía. Conduce con despreocupación. Música a todo volumen como normalmente. Se respira complicidad mezclada con un extraño ambientador de pino. Hoy se ha puesto la misma imagen que siempre.
-          ¿Alguna vez has probado a peinarte?
-          ¿Alguna vez has probado a tener tu propio estilo?
  Ella pone los ojos en blanco y sigue recorriendo el paisaje con la mirada. El cielo está gris; parece que tampoco se ha tomado bien que Bruno se haya ido. Bruno, otra vez. 
-          ¿Qué quería ese idiota? – pregunta, apartando un momento la mirada de la carretera.
-          ¿Chris? – asiente, con una mueca en la cara – Tocarme las narices.
-          Deberías informarle de que ese puesto ya está ocupado.
  Se contagia de esa sonrisa de niña, de esos ojos que sonríen también.
-          Tú sí que eres idiota.
  Pero se percata de esa nota aguda, como queriendo decirlo en serio pero sin poder.
-          Vaya si lo soy, me he decidido por venir a recogerte toda la semana…
-          ¿Ah sí?
-          Así ese tal Chris se enterará de que no tiene nada que hacer. 

martes, 28 de diciembre de 2010

tercera escena, onceavo capítulo

  Se quita la camiseta y los pantalones. Se mira al espejo de refilón. Se pregunta a sí mismo cuánto habrá tenido que aguantar ella, cuán de grande puede llegar a ser su mente, su forma de pensar.
  Todavía no entiende muy bien cómo pero lo ha impresionado. Tal vez es esa manera de mirar.
  Piensa en su padre, en si estará arrepentido de algo, en si le estará doliendo esto. Hace una mueca. Resulta ridículo pensar que estará dolido cuando no ha tenido piedad, cuando no ha querido entender ni dar oportunidades. No quiere pensar en su madre, no la odia, pero la detesta; tal vez por someterse, sin rechistar, sin acudir a la ayuda de su hijo nunca.
  Tiene las cosas claras, eso sí. No dejará lo que quiere hacer. Él no traicionará a su música, a sus sueños, eso es de cobardes.
  Se sienta en la cama y se pregunta qué le deparará el futuro, qué pasará después de todo esto. 

sábado, 4 de diciembre de 2010

Primera escena, onceavo capítulo



-          No quiero volver.
  Él gira la cara para mirarla. Está tumbada a su lado, dejando el olor de su cabello en la almohada, en el edredón, sin piedad.
-          ¿Por qué?
-          Tengo miedo.
  Ahora le clava los ojos, esos ojos que son capaces de viajar en el tiempo, ser niña y dos segundos después tener ochenta años de experiencia.
-          ¿A qué?
-          A afrontar la verdad.
-          Huir no es la manera de solucionar nada.
-          Lo sé y debería saberlo mejor que nadie. Una vez huí y los problemas han vuelto a encontrarme.
-          Por eso debes afrontarlos. Debes ir a casa y hacerle frente a la realidad de que él ya no está; luego, sentirte orgullosa por ser tan fiel a tus propósitos, a tus sueños.
-          Quizá.
  Su boca parece no querer sonreír, pero ella se esfuerza por hacerlo. Él le coge la cara con suavidad, notando que la maldita tristeza ha vuelto a ella.
-          Eh, mírame, estarás bien, todo estará bien.

sábado, 27 de noviembre de 2010

Cuarta escena, décimo capítulo


Ella lo mira mientras se le escapa una carcajada. Mete la cuchara dentro del helado y se la lleva a la boca.
  Sí, nunca se había equivocado, es una de esas personas enormes, que te sorprenden cuando menos te lo esperas. Aunque a veces resulte detestable.
  No quiere pensar en Bruno pero es inevitable. Se pregunta si él habrá olvidado lo que se querían y todas las promesas hechas. De pronto, todo le parece ridículo; hasta ella misma se lo parece, por haber confiado en algo que en el fondo sabía que volvería a doler.
  Oh, el dolor parece esconderse cuando Andrew la mira como ahora, con los ojos brillando, con esa máscara de chico no le importa nada pero que, en el fondo, es el que más se preocupa.
  No sabe si es la película lo que la hace reír o simplemente las ansias que tenía de hacerlo.
-          Eh, comparte un poco de helado o te pondrás como una vaca – bromea.
-          Eres idiota.
  Tampoco sabe muy bien en que desembocará todo esto. No se ha olvidado de que la última vez que lo vio lo odió con toda su alma, que aún hay asperezas por limar.
-          ¿Por qué te has mudado?
-          No quería que me encontrases, así que huí.
-          En serio.
-          No me sentía bien con aquel tipo y mi amigo me ofreció algo mejor así que… no dudé en mudarme.
-          Entonces, no tienes intención de volver.
  Silencio. De pronto se pone serio.
-          No. Ni quiero hablar de eso.
-          ¿Por qué?
-          Me toca las narices.
-          Es injusto. Yo te he contado, prácticamente, toda mi vida. Me gustaría saber qué ha pasado con tu padre, cuál es la razón por la que no quieres volver.
  La película saca una escena graciosa que ven sin ver. Ninguno ríe. Él piensa. Ella espera.
-          Mi padre no me apoya, quiere que deje la música para ponerme a estudiar en serio. No entiende que él no es el dueño de mi vida, que yo puedo hacer lo que me dé la gana, que es lo que haré. Cree que lo necesito para sobrevivir, que no tengo de donde sacar el dinero. Es cierto que ahora el tema del dinero es más difícil pero me lo paga la tranquilidad de no tener que escuchar todo el tiempo que soy un inútil y que mi música se irá a la basura más temprano que tarde.
-          Quizás él sólo quiere asegurarse de que el día de mañana tengas un trabajo si tu música falla.
-          Él quiere que sea como él, Grace, y eso no es lo que espero de mi vida. No me importa el dinero, quiero hacer lo que me gusta y punto, quiero una vida feliz y no como la de él, hablando todo el tiempo de negocios; si lo que me gusta me da lo suficiente como para vivir, me conformo, claro que sería mucho mejor si ganase millones, no te miento, pero con poco también me conformo.
-          ¿Vas a dejar la universidad, entonces?
-          No lo sé. Depende de mi tiempo.
-          Pero, ¿por qué no quiere que toques si estudias al mismo tiempo?
-          Dice que no le gusta, que pierdo el tiempo, que lo que le dedico a la música podría dedicárselo a ayudarlo con la empresa o a aprender cómo funcionan las cosas en ella. Para mi padre nunca es suficiente – se para y la mira. Ella nota que es un tema doloroso para él -. Esta no es nuestra primera discusión, pero es la gota que ha colmado el vaso, me ha hecho elegir y he elegido.
  Ella se acerca un poco. Él deja caer la cabeza sobre su hombro, pensando.
-          Ha sido un mal golpe, ¿no?
-          Claro, es mi padre, al fin y al cabo, y me repatea que le den igual mis expectativas.
-          En el fondo, nos encontramos en la misma situación – sin darse cuenta, le coge la mano y se la aprieta -. Ambos hemos sido menospreciados. Y, ¿sabes? A mí me encanta tu música.
  Sonríe. Es la primera vez que lo ve sonreír de esa forma, como un niño. Incluso le parece emocionado. A ella se le contagia esa sonrisa dulcísima.
-          Lo que más odio es sentir que la gente menosprecia lo que hago. Me da igual que mi música no le guste a mi padre o a quien sea, quizás no es su estilo, pero otra cosa muy distinta es que la califique de mierda.
-          Nada que se haya hecho con cariño es mierda.
  No le suelta la mano. Se ven a los ojos unos segundos y luego él la rodea con los brazos y la acerca. Le da un beso en la frente y la despeina.
-          Al final puede que no seas tan cría.

sábado, 13 de noviembre de 2010

segunda escena, décimo capítulo


  Le echa azúcar, porque sabe que todo le gusta dulce. Coge la taza con cuidado de no quemarse y un par de esos pequeños croissants que vio que ella picoteaba hace no mucho. Parece que desaparece dentro de esa enorme manta, con la sudadera de él puesta que ha cambiado por su ropa chorreante. Parece frágil. Parece que si abre la ventana se la llevará el viento y ella ni siquiera dirá nada.
  Eleva los ojos cuando él se acerca; todavía están llenos de esa mezcla oscura de nostalgia, tristeza y rabia. Le tiende la taza y ella la coge con suavidad, luego él se sienta a su lado, sin decir nada, sólo mirándola. Le tiende los croissants pero los rechaza. El cuerpo de la chica vuelve a desaparecer dentro de la enorme manta y apenas se asoman sus manos blancas aferrando la taza como si de verdad pesara una tonelada.
  El helado y el alcohol lo dejarán para más tarde, cuando ella deje de temblar de frío.
-          Me gustaría saber qué ha pasado. Me siento un poco perdido.
  Tarda en contestar. Sus ojos miran hacia algún punto en el suelo. Bebe.
-          Es Bruno.
  No se huele nada bueno.
-          ¿Es ese chico moreno que te fue a recoger al salir de clase? – ella asiente con la cabeza. -  ¿Qué pasa? ¿Habéis discutido?
-          Sí. Pero él… - traga saliva como si fuese una tortura cada palabra que dice - se ha ido, de nuevo.
  La nota debilitarse, la nota temblar y no de frío, nota como pestañea muy rápido tal vez para aguantar las lágrimas, nota todo y comprende.
-          Se ha ido de nuevo – repite, como si no acabase de creerlo -. Se ha ido de nuevo sin importarle una mierda que pase conmigo. Y yo he vuelto a confiar en él. Yo sí que soy gilipollas.
  Su voz es un hilo a punto de romperse. No aguanta y tiene que abrazarla. Y ella hunde la cara entre su hombro y su cuello.
-          ¿Cómo ha sido capaz? ¿Cómo se ha atrevido a volver a hacerlo? Viene, descoloca todo lo que por fin había logrado ordenar y se larga. ¿Y yo qué? Yo me siento como una idiota. Debía haber supuesto algo así, pero no, las ganas de quererlo eran demasiado fuertes, ¿sabes? Ansiaba tanto sus besos, sus brazos, poder verlo sonreírme...
-          ¿Pero por qué se ha ido?
-          Porque decía que tenía que irse. Quería llevarme con él, que viviésemos juntos en cualquier sitio pero no comprende lo que yo tengo aquí, que este es mi sitio ahora y que vive en un sueño si cree que podemos vivir juntos; ¿de dónde sacaremos el dinero? ¿Quiere que deje de estudiar para trabajar? No, no entiende mis sueños ni mis ganas de vivir; él sólo entiende su propia opinión. Sigue siendo tan egoísta como cuando yo me fui.
  Le acaricia el pelo. Nota su respiración en su cuello cuando habla, en una sensación agradable.
-          Esto es ridículo, ni siquiera sabes de qué estoy hablando – ríe amargamente, de repente parece que ha crecido unos treinta años.
-          Explícamelo si quieres.
-          Es demasiado largo.
-          Tengo todo el tiempo del mundo.
  Ella se aparta un poco de él, pero sin acabar de romper el contacto. Lo mira a los ojos y los encuentra de verdad interesados, de verdad preocupados. Se sienta estúpida, estúpida y dolida.
  Deja la taza en la mesita y vuelve a acurrucarse en el sofá.
-          No sé por dónde empezar.
-          Por el principio, ya te he dicho que tengo tiempo.
  No sabe cómo pero le cuenta todo. Cada detalle, sintiendo todavía el dolor de las vivencias, cómo queman aún los recuerdos. Habla de Bruno, de todo lo que solían ser y hacer, de cómo gastaban las tardes juntos, de los juegos estúpidos y las discusiones que acababan con reconciliación, de la forma especial en que él le cogía la mano, de los paseos andando y en coche. Habla de la beca, de la oportunidad que suponía para ella estudiar en un sitio como en el que ahora está, de sueños cumplidos y de la decisión de separarse. Retoma el tema de Bruno, de cómo él se negó a separarse de ella, de que prefirió dejarla cuando supo que ella se marcharía, de que le dieron igual sus sueños. Y luego llega a sus padres, al accidente de coche, al funeral al que no asistió, a las lágrimas, la angustia, la ayuda de todos menos de Bruno; llega a la parte más difícil cuando el mundo se descolocó, cuando todo perdió el sentido y supo que era entonces cuando tenía que marcharse.
-          Y entonces llegué aquí y Víctor no dudó en hacer el papel de padre. Yo sentía que si llegase a desaparecer nadie se daría cuenta. Fue un golpe tras otro, y lo que más me dolió, hablando de Bruno, creo que no fue la ruptura, sino que no moviera un dedo por mí cuando lo pasé mal, que ni siquiera me mandase un mensaje ni le preguntase a nadie qué tal estaba – nota cómo la voz se le quiebra, cómo de verdad le duele; es desgarrador -. Yo habría estado para él si nuestros puestos se hubiesen intercambiado y fuese él el que pasara por algo así; habría sido la primera en ofrecerle una mano… y, sin embargo, él no hizo nada… nada.
  Ella no quiere mirarlo, baja la mirada como al principio.
  Andrew no sabe qué decir. Sólo siente una inmensa rabia por lo que él ha causado.
-          Y, de repente – prosigue la chica -, vuelve, como si nunca hubiese pasado nada. Yo voy y confío en él, y no pienso en las consecuencias, en lo que pasará después; y de nuevo golpe, de nuevo la misma historia que se repite. Soy idiota.
  Silencio. Las paredes ansían movimiento y ellos sólo se miran.
-          Es difícil no meter la pata en este momento – murmura él – pero, ¿sabes? Es el momento de poner la película y que te olvides de ese idiota. Carpe diem, la vida es corta, no pierdas el tiempo pensando en alguien que no ha pensado en ti cuando lo necesitabas.