Pierdo el tiempo.

"Quiero hacer contigo lo que la primavera hace con los cerezos"

Lovers

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miércoles, 23 de febrero de 2011

Séptima escena, onceavo capítulo

-          ¿Cómo la has notado esta mañana?
-          Parecía cansada, ha debido pasar una mala noche.
  Víctor pide algo de pescado para comer al camarero, su mujer pide ensalada para acompañar.
-          No sé si ha sido una buena idea haber dejado que se quedase en casa…
-          Lo que me pregunto es si Bruno ya tenía pensado volver.
-          Supongo que sí… pero ella no sabía nada, claro.
-          Pero lo sospechaba. Ha sido tonta al confiar tanto en él. Todos los hombres sois iguales.
-          No todos, cariño.
  Ella sonríe levemente. Él le acaricia la mano por encima de la mesa.
-          A veces noto que se siente muy sola. Nosotros no acabamos de hacerla sentir como nuestra hija, falta algo, un matiz.
-          Claro que sí, pero no es culpa nuestra. Ella es demasiado mayor como para “cambiar” de padres; estoy seguro de que para ella nunca habrá otros.
-          ¿Estaremos haciéndolo bien?
-          Por supuesto, cariño; de lo que podemos estar más orgullosos es de haberla ayudado cuando más lo necesitaba. 

jueves, 13 de enero de 2011

Quinta escena, onceavo capítulo

Chris la mira, tal vez con recelo. Ya se ha enterado de todo. Los rumores son imposibles de parar.
  Uno de sus amigos bromea, sugiriendo que ahora que está despechada es el momento perfecto para ir a por ella. A él le dan ganas de partirle la boca. 

jueves, 6 de enero de 2011

Cuarta escena, onceavo capítulo

Claudia sonríe al verla. La saluda con la mano y ella apenas eleva las comisuras. Las otras dos chicas también se giran hacia ella. Graciela está al noventa y nueve coma nueve por ciento segura de que preguntarán algo sobre Bruno.
  No ha sido una buena noche. Parecía como si su mente conjurara en contra de ella misma, haciéndola recordar. Cuando por fin se durmió, los sueños tampoco tuvieron piedad.
  Claro que preguntarán algo de Bruno, y ella tendrá que volver a explicarlo con ese sabor amargo en la boca, con ese nudo en la garganta y en el estómago. Luego, harán el papel de amigas preocupadas, la abrazarán y le dirán palabras de apoyo que seguramente sean falsas, porque no tendrán ni idea del caos que ha causado Bruno ni se lo podrán imaginar nunca. Claudia prestará más atención que las otras, que apenas la conocen, y conseguirá que no se quite a Bruno de la cabeza en todo el día.
  ¿Por qué no actúan como si no pasase nada?

jueves, 16 de diciembre de 2010

Segunda escena, onceavo capítulo

Es tarde cuando llega. Coge las llaves del bolsillo rápidamente, en la calle hace mucho frío. Las mete en la cerradura, abre la puerta y entra en la casa intentando no hacer demasiado ruido. Sí, es más tarde de lo que había esperado.
No enciende la luz. En la oscuridad parece que desaparece y eso es lo que busca ahora mismo.
Víctor la enciende por ella. Baja las escaleras. No sabe cómo calificar su cara.
- ¿Dónde has estado? Estaba preocupado.
- No ha sido un buen día.
- Eso no es una excusa. Estaba preocupado – repite -. Además, has dejado el teléfono encima de la mesa, no sabía cómo localizarte.
- Lo siento. Debería haber avisado.
- Claro que sí. Yo me voy a la cama, mañana tengo que madrugar, no sé si lo recuerdas. Tu cena y la de Bruno están en el horno, por si tenéis hambre. Por cierto, ¿dónde está?
Nudo en el estómago. Frío repentino. Dedos inquietos que tiemblan. Ojos que bailan. Pestañas que abanican.
- Se ha ido – Es simple de decir, pero complicado de pensar.
- ¿A dónde?
- Se ha ido.
Víctor frunce el ceño. No entiende bien qué es lo que está pasando pero, por la cara de la chica, sabe que se trata de algo serio.
- Pero, ¿volverá?
- No lo sé – y, de pronto, la idea la aterroriza.

sábado, 20 de noviembre de 2010

tercera escena, décimo capítulo

  Bruno coge sus cosas de forma brusca, sin cuidado alguno. Está enfadado. Saca las llaves del coche de su bolsillo antes de abrir la puerta de la casa. Sale y habría aplastado a cualquiera que se le hubiese puesto por delante en ese momento. Abre el coche y tira las cosas dentro del maletero para luego cerrarlo con mucha fuerza.
  Comienza a llover, lo que le faltaba. Piensa irse ahora mismo. No quiere saber nada. Es el mismo juego de siempre, las mismas opciones y las mismas elecciones.

sábado, 13 de noviembre de 2010

segunda escena, décimo capítulo


  Le echa azúcar, porque sabe que todo le gusta dulce. Coge la taza con cuidado de no quemarse y un par de esos pequeños croissants que vio que ella picoteaba hace no mucho. Parece que desaparece dentro de esa enorme manta, con la sudadera de él puesta que ha cambiado por su ropa chorreante. Parece frágil. Parece que si abre la ventana se la llevará el viento y ella ni siquiera dirá nada.
  Eleva los ojos cuando él se acerca; todavía están llenos de esa mezcla oscura de nostalgia, tristeza y rabia. Le tiende la taza y ella la coge con suavidad, luego él se sienta a su lado, sin decir nada, sólo mirándola. Le tiende los croissants pero los rechaza. El cuerpo de la chica vuelve a desaparecer dentro de la enorme manta y apenas se asoman sus manos blancas aferrando la taza como si de verdad pesara una tonelada.
  El helado y el alcohol lo dejarán para más tarde, cuando ella deje de temblar de frío.
-          Me gustaría saber qué ha pasado. Me siento un poco perdido.
  Tarda en contestar. Sus ojos miran hacia algún punto en el suelo. Bebe.
-          Es Bruno.
  No se huele nada bueno.
-          ¿Es ese chico moreno que te fue a recoger al salir de clase? – ella asiente con la cabeza. -  ¿Qué pasa? ¿Habéis discutido?
-          Sí. Pero él… - traga saliva como si fuese una tortura cada palabra que dice - se ha ido, de nuevo.
  La nota debilitarse, la nota temblar y no de frío, nota como pestañea muy rápido tal vez para aguantar las lágrimas, nota todo y comprende.
-          Se ha ido de nuevo – repite, como si no acabase de creerlo -. Se ha ido de nuevo sin importarle una mierda que pase conmigo. Y yo he vuelto a confiar en él. Yo sí que soy gilipollas.
  Su voz es un hilo a punto de romperse. No aguanta y tiene que abrazarla. Y ella hunde la cara entre su hombro y su cuello.
-          ¿Cómo ha sido capaz? ¿Cómo se ha atrevido a volver a hacerlo? Viene, descoloca todo lo que por fin había logrado ordenar y se larga. ¿Y yo qué? Yo me siento como una idiota. Debía haber supuesto algo así, pero no, las ganas de quererlo eran demasiado fuertes, ¿sabes? Ansiaba tanto sus besos, sus brazos, poder verlo sonreírme...
-          ¿Pero por qué se ha ido?
-          Porque decía que tenía que irse. Quería llevarme con él, que viviésemos juntos en cualquier sitio pero no comprende lo que yo tengo aquí, que este es mi sitio ahora y que vive en un sueño si cree que podemos vivir juntos; ¿de dónde sacaremos el dinero? ¿Quiere que deje de estudiar para trabajar? No, no entiende mis sueños ni mis ganas de vivir; él sólo entiende su propia opinión. Sigue siendo tan egoísta como cuando yo me fui.
  Le acaricia el pelo. Nota su respiración en su cuello cuando habla, en una sensación agradable.
-          Esto es ridículo, ni siquiera sabes de qué estoy hablando – ríe amargamente, de repente parece que ha crecido unos treinta años.
-          Explícamelo si quieres.
-          Es demasiado largo.
-          Tengo todo el tiempo del mundo.
  Ella se aparta un poco de él, pero sin acabar de romper el contacto. Lo mira a los ojos y los encuentra de verdad interesados, de verdad preocupados. Se sienta estúpida, estúpida y dolida.
  Deja la taza en la mesita y vuelve a acurrucarse en el sofá.
-          No sé por dónde empezar.
-          Por el principio, ya te he dicho que tengo tiempo.
  No sabe cómo pero le cuenta todo. Cada detalle, sintiendo todavía el dolor de las vivencias, cómo queman aún los recuerdos. Habla de Bruno, de todo lo que solían ser y hacer, de cómo gastaban las tardes juntos, de los juegos estúpidos y las discusiones que acababan con reconciliación, de la forma especial en que él le cogía la mano, de los paseos andando y en coche. Habla de la beca, de la oportunidad que suponía para ella estudiar en un sitio como en el que ahora está, de sueños cumplidos y de la decisión de separarse. Retoma el tema de Bruno, de cómo él se negó a separarse de ella, de que prefirió dejarla cuando supo que ella se marcharía, de que le dieron igual sus sueños. Y luego llega a sus padres, al accidente de coche, al funeral al que no asistió, a las lágrimas, la angustia, la ayuda de todos menos de Bruno; llega a la parte más difícil cuando el mundo se descolocó, cuando todo perdió el sentido y supo que era entonces cuando tenía que marcharse.
-          Y entonces llegué aquí y Víctor no dudó en hacer el papel de padre. Yo sentía que si llegase a desaparecer nadie se daría cuenta. Fue un golpe tras otro, y lo que más me dolió, hablando de Bruno, creo que no fue la ruptura, sino que no moviera un dedo por mí cuando lo pasé mal, que ni siquiera me mandase un mensaje ni le preguntase a nadie qué tal estaba – nota cómo la voz se le quiebra, cómo de verdad le duele; es desgarrador -. Yo habría estado para él si nuestros puestos se hubiesen intercambiado y fuese él el que pasara por algo así; habría sido la primera en ofrecerle una mano… y, sin embargo, él no hizo nada… nada.
  Ella no quiere mirarlo, baja la mirada como al principio.
  Andrew no sabe qué decir. Sólo siente una inmensa rabia por lo que él ha causado.
-          Y, de repente – prosigue la chica -, vuelve, como si nunca hubiese pasado nada. Yo voy y confío en él, y no pienso en las consecuencias, en lo que pasará después; y de nuevo golpe, de nuevo la misma historia que se repite. Soy idiota.
  Silencio. Las paredes ansían movimiento y ellos sólo se miran.
-          Es difícil no meter la pata en este momento – murmura él – pero, ¿sabes? Es el momento de poner la película y que te olvides de ese idiota. Carpe diem, la vida es corta, no pierdas el tiempo pensando en alguien que no ha pensado en ti cuando lo necesitabas.

sábado, 23 de octubre de 2010

tercera escena, noveno capítulo

Sale dando un portazo, lo más fuerte posible, que le habría gustado que derribara la casa y que con ella cayera todo a su alrededor, la ciudad, su nueva vida. No sabe ni a donde va ni hacia donde quiere ir pero camina con paso rápido. Siente que las lágrimas queman sus ojos. Es como si una bomba atómica hubiese caído dentro de sí misma, arrasándolo todo, sin piedad.
  También tiene ganas de patalear, de golpear, de morder y de arañar. En otro momento tal vez le habría gustado que él saliese gritando una disculpa o algo bonito, como en alguna de sus películas favoritas, y que ella se diese cuenta de que no hay error, de que nunca lo ha habido, sino sólo confusión por ambas partes. Pero Bruno no sale y ella lo agradece y lo desagradece.

sábado, 16 de octubre de 2010

Segunda escena, noveno capítulo

Claudia da media vuelta. Debería haberle preguntado si él sabe dónde está Graciela, que vuelve a no coger el teléfono. Lo busca por el resto del edificio y lo encuentra caminando hacia las puertas de salida, atento, mirando a los lados.
-          ¿Estás buscando a Graciela? – le pregunta.
-          ¿Y tú qué crees?  - no puede evitar mostrarse cabreado. Le repatea buscar para no encontrar.
-          No ha venido, no pierdas el tiempo.
-          ¿Le ha pasado algo? – suena de lo más preocupado.
-          No lo creo, o no quiero creerlo. Estos días ha faltado mucho y parecía que al principio no quería coger el teléfono... pero ahora es distinto, no quiero ser pesada, pero debería contestar a mis llamadas; además, hoy tenemos un examen importante, no es propio de ella faltar, ni siquiera ahora.
-          Espera, espera… ¿qué está pasando?
-          Es Bruno, su ex novio, ha venido a verla.
  Luego se encuentra golpeando el volante una, dos, tres veces. Apoya los codos y se pasa las manos por el pelo. Se siente ridículo, aunque no sabe por qué. Arranca y pone la música bastante alta. De repente ya no tiene ganas de disculparse, ni de buscarla, encontrarla y sonreírle.

lunes, 4 de octubre de 2010

Cuarta escena, octavo capítulo.


  A ella la semana se le escapa de las manos. Es Bruno a todas horas. Es como recuperar el pasado pero sin el pasado. Es volver a estar en su coche, en sus brazos, verse reflejada en sus ojos. Es una marea de besos, abrazos, de recuerdos y palabras bonitas. Es emborracharse a base de él sin otro efecto que no sea volver a enamorarse, más bien, recordar por qué se había enamorado de él pero, ¿cómo no va a alguien a enamorarse cuando con una sonrisa él es capaz de llenar todos los vacíos, de darle color a cualquier oscuridad?
  Vuelve a cogerle la mano, pero esta vez sin querer pensar en el futuro, en lo que pasará. Vuelve a verse reflejada en sus ojos, que le cuentan todo lo que podrían haber sido y no son. Vuelve a tumbarse en su pecho para escuchar su corazón y a intentar acompasar su respiración con la de él. Vuelven los juegos estúpidos, las bromas y las cosquillas hasta suplicar clemencia. 
  Víctor no la entiende y al principio se enfada cuando lo trae a dormir a casa sin avisar; luego se da cuenta de que a la chica los ojos nunca le han brillado tanto y se resigna, incluso esboza una media sonrisa cuando ve cómo le coge la mano.
  A Mateo no le hace gracia que ella pueda llevar a su novio a casa y que él no pueda traer nunca a alguna de sus chicas.
  Claudia no acaba de creerlo. Ella siempre se ha mostrado bastante reacia a hablar de su pasado, por eso no puede decir que le ha mentido pero Graciela nunca le había contado nada de amores pasados y se sorprende del efecto que el chico causa en ella. La ve poco, pero bien, muy bien, con más luz que nunca (esa luz que parece causar un halo de alegría a su alrededor). Claudia sonríe, con envidia sana, deseando haber amado alguna vez de esa forma y preguntándose si algún día llegará a sentir algo así.
  Chris también la ve, también se entera de que el chico que la recogió es su antiguo novio. No sabe qué pensar, se encuentra un poco confuso, no entiende cómo Graciela ha podido salir con él cuando todavía estaba enamorada de ese chico, porque está seguro de que no pudo olvidarse y luego volver a enamorarse de esa forma magnánima. También tiene envidia y le es inevitable escrutarlos con la mirada las contadas veces que los ve, siempre llenos de sonrisas. Se pregunta si algún día ella podría haber sentido algo así por él; luego se acuerda de aquellas palabras por su parte y la boca se le vuelve amarga.
  A Bruno le parece más estar viviendo un sueño que la realidad. Ella, de nuevo, después de añorarla lo inimaginable. Otra vez su cabeza que se apoya entre su hombro y su cuello, dejando el cabello tan cerca de su cara que puede embriagarse con el olor de su melena; agarrar su cintura para estrecharla contra él; cogerle la mano con fuerza; escucharla respirar muy cerca de su oído. Es el ser más dulce del mundo.

sábado, 18 de septiembre de 2010

Tercera escena, séptimo capítulo.


  Al principio no se fija en el coche aparcado justo enfrente de la entrada de la casa. Luego se da cuenta de que hay dos personas. La melena larga es inconfundible. Se pregunta con quién estará. Sin vergüenza, curiosea desde una distancia prudente.
  No reconoce al chico; no es Andrew. Se están abrazando. Ella tiene los ojos cerrados y parece algo triste pero los abre y lo ve: espiando. Intenta sonreír. La cara de la chica se torna extraña, en otro momento se habría puesto colérica pero no ahora, ahora hay demasiada confusión cómo para saber siquiera cómo actuar ante eso.
  Graciela se separa lentamente del chico moreno, que no parece querer soltarse. Mateo da media vuelta para escapar mientras pueda.
  Bruno mira a los lados pero no encuentra la razón de por qué le quitan el dulce de los labios cuando ya lo ha mordido. La coge de la muñeca y ella se disculpa de nuevo diciendo que sólo será un minuto.
  Sale del coche.
-          Eh, Mateo – le grita al chico que está a punto de llamar al timbre y que se gira para atenderla -. Avisa a tu padre de que no comeré en casa, dile que es importante y que ya se lo explicaré más detalladamente. 
  El chico se encoje de hombros y llama.
  Ella vuelve a dentro del coche, donde Bruno la espera con ansia. Ahora siente una especie de miedo a pensar con claridad, a asegurarse de si besarlo y dejarse llevar está bien o mal.
   La necesidad es demasiado fuerte como para atender a la razón.