Pierdo el tiempo.

"Quiero hacer contigo lo que la primavera hace con los cerezos"

Lovers

martes, 31 de agosto de 2010

Capítulo 1


Todavía no puede creerlo. Bufa. Da un portazo y le da igual que la oigan los padres de él. Ni siquiera se molesta en ser discreta para que no la vean. Se hunde dentro del abrigo y comienza a caminar calle adelante, haciendo caso omiso del frío. Mete las manos en los bolsillos. Por lo menos, esto me despejará, piensa.
  Las farolas llenan la calle de una luz anaranjada. No pasa ningún coche a estas horas aunque tampoco es una carretera muy transitada. No es un buen momento para ir sola, ella lo sabe y él también lo sabía, a pesar de que prácticamente la haya echado de casa con una excusa ridícula. Sólo escucha el ruido de sus pasos y eso la tranquiliza.
  Chris es idiota.
  Y de pronto, voces masculinas a sus espaldas. No las entiende, aunque quizá sea mejor así, no le gustaría saber lo que dicen. Son varios, lo nota a pesar de que no se ha girado a comprobarlo. Apura el paso, será lo mejor.
  Comienzan los comentarios groseros. No le gusta escuchar hablar de sus piernas en medio de la noche en una calle por la que no hay ni un alma. Lo peor es que no sabe a dónde se dirige, volver a casa le traería problemas pero no quiere imaginarse qué pasará si la distancia entre el grupito de chicos y ella se acaba. Cada vez se siente más nerviosa, no debería haber aceptado irse, debería haberse negado y negado.
  La llaman, no precisamente por su nombre. Hay muchas risas pero es el momento en que menos le importa que se rían a su costa. Apura más el paso. Resopla y quiere pensar en cosas bonitas, como hacía cuando era pequeña y le costaba dormir. A ellos no les importa despertar a los vecinos con semejante escándalo, a ella también le daría igual que lo hicieran mientras no le incumbiera.
  No le gusta esta situación, bueno, ¿a quién le gustaría? Podría echar a correr pero haría que el pánico aumentara. Siguen las risas y las alusiones a su cuerpo. El corazón aún le va más rápido. Las groserías cada vez son más fuertes y cada vez están más cerca. Se estremece. Nunca se había dado cuenta de que sus piernas podrían ir tan rápido sin llegar a correr.
  Espira e inspira. Espira e inspira.
  De pronto, el sonido del motor de un coche. Se relaja. La alivia pensar que tal vez así se calmarán. Pronto ve los faros del automóvil, que aminora la velocidad. Oh, no, ¿y si es uno de ellos? Los chicos protestan. Su respiración va muy rápido.
  Pero pronto reconoce el coche lleno de pintadas, no puede ser de otra persona. Lo ve hacerle una seña con la mano para que entre y le grita algo. Corre. Salta dentro del automóvil por la puerta del copiloto. Los chicos corren. Ella tiene miedo y le grita que arranque. Se pregunta qué clase de arreglo habrá tenido que hacer en el motor para que acelere a esa velocidad.
  En dos segundos los han dejado atrás.
  Ella respira agitada. Deja caer la cabeza en el asiento y suspira. Intenta tranquilizarse, aunque parece que aún se siente nerviosa.
  Él está mayormente enfadado. No quiere abrir la boca pero es imposible resistirse. Le repatea esa clase de chicos y que a ella se le ocurran cosas semejantes, quiere pensar que hay una razón para que pasee por las calles a estas horas.
-          ¿Se puedes saber qué coño hacías por ahí? – escupe.
-          ¿Desde cuándo te importa lo que hago?
-          No me toques las narices, que puedo parar el coche y dejarte en tierra sin ningún remordimiento.
  Ella refunfuña. Él siempre consigue sacarla de quicio. Se hunde en el asiento del copiloto y se cruza de brazos. Clava la mirada en el frente, en las rayas de la carretera que parecen dejarlos atrás. Ahora ya no van tan rápido. La música inunda el vehículo, se pregunta de dónde vendrá el chico.
-          Bueno, ¿me lo vas a explicar o no?
-          No te importa.
-          Oh, perfecto – ni siquiera se esfuerza en ser sarcástico –. Al menos, deberías darme las gracias, si no fuese por mí te estarían violando.
-          Gracias – farfulla y lo fulmina con la mirada. Prefería que fuese cualquier otra persona la que la hubiera “rescatado”, no quiere deberle nada.
-          Creía que dormías en casa de tu amiga. Te la vas a cargar cuando se lo diga a Víctor, bueno, no creo que haga falta que yo diga nada, te la cargarás tú solita cuando entres en casa. 
- Déjame en paz.
•••
  Da un portazo cuando sale del coche. Una ráfaga de viento le da en plena cara y la despeina, la cala hasta los huesos. No tiene miedo de una regañina cuando entre en casa, aunque tal vez estaría bien tenerlo, al menos un poco.
  Él sale del coche y se apoya en el capó. Sonríe. Está encantadora cuando se enfurruña; camina con los puños apretados, apurando el paso. Se muerde el labio y se pasa una mano por el pelo antes de llamarla:
-          Eh – se gira a verlo, intenta fulminarlo con los ojos. El viento hace que él  entrecierre los ojos -. Lo he pensado mejor, puedes dormir esta noche en mi casa y no cargártela. 
-          No quiero tu compasión, Andrew. Gracias – vuelve a girarse pero no llega a caminar antes de que él prosiga.
-          No he dicho que sea compasión, es un trato.
  Silencio. Ella vuelve a mirarlo, frunce el ceño y ladea la cabeza, intentando encontrar la trampa. Él no aparta su mirada.
-          ¿Qué clase de trato? – Lo dice muy lentamente, como suponiendo una respuesta que no quiere escuchar.
-          Puedes dormir en casa mientras prometas contestar a todas mis preguntas.
-          ¿Me he perdido algo? ¿Desde cuándo te intereso?
-          Yo no he dicho que me interesases.
  Ella mira la fachada de la casa. El miedo al castigo comienza a aumentar, ni siquiera sabe qué se inventará cuándo Víctor la interrogue. Suspira. Luego lo mira, hace un gesto con las cejas, instándole a que conteste de una vez.
-          Está bien – camina hacia el coche, aunque la casa de Andrew se encuentre justo enfrente de la suya -. Seguro que me acabo arrepintiendo.
-          Siempre es un placer hacer negocios contigo – intenta estrechar la mano a la chica.
-          Cállate.
 •••
  Se sienten como ladrones, o por lo menos ella. Es la primera vez que entra en su casa y es incapaz de parar de mirar a los lados, inspeccionando. Son muchas las veces que lo ha visto salir de allí, a veces discutiendo, otras riendo.
  Suben las escaleras en el silencio. Andrew abre la puerta de su habitación. Ella contiene la respiración y abre los ojos como platos.
-          Tranquila, prefiero dormir en el suelo antes que contigo.
  Respira aliviada pero casi una hora después se siente un poco egoísta al verlo en el sillón con una manta y la vista fija en algún sitio del suelo. Tal vez no estaría demás haberse ofrecido a ser ella la que durmiese en el sillón, pero el orgullo le puede.
  Él eleva la mirada y la clava en ella. La poca luz que entra hace que solo pueda ver su silueta bajo las mantas y, a veces, el reflejo de sus ojos. No le importa que ella lo descubra viéndola, en realidad, nunca le ha importado lo que los demás piensen sobre él y lo que hace.
-          ¿Has discutido con tu amiga? – le pregunta de pronto.
-          ¿Qué?
-          Recuerda, juraste contestar a todo.
  Ella resopla. Baja un poco las mantas, echa un brazo por fuera.
-          No, no he discutido con ella.
-          Entonces, ¿qué hacías sola? – pero pronto ve por dónde van los tiros. Entrecierra los ojos - ¿De verdad estabas en su casa?
-          No – ella odia ese estúpido juego. No le hace gracia que sea él quien sepa la verdad, puede chantajearla a la larga.
-          ¿De dónde venías?
-          De casa de Chris.
-          ¡¿De tu novio?!
-          Sí, ¿de qué te sorprendes?
  Abre los ojos bastante y hace un gesto extraño con las cejas. Se pasa las manos por el pelo y por la cara. Está más que atónito. Ella no sabe qué cara poner.
-          ¿Has discutido con él?
-          No.
-          Pues, ¿por qué coño ibas por ahí a esas horas?
-          Cuando me invitó a su casa creyó que sus padres no volverían hasta mañana pero, en medio de la noche, lo llamaron y le avisaron de que iban a volver – hace una mueca con la nariz, luego pestañea rápido -. La verdad es que ni siquiera sé por qué lo llamaron, el caso es que prácticamente me obligó a irme para que no me pillasen allí y él la pifiase.
-          Venga ya, ¿y fuiste tan gilipollas como para irte? Creía que eras más inteligente.
-          No tenía otra opción – empieza a cabrearla.
-          ¿Por qué no dejaste que la pifiase?
-          Ahora entiendo por qué no tienes novia.
  Silencio. Él ya no la mira. Ella no tiene ni idea de lo que le estará pasando por la cabeza.
-          ¿Y ahora qué? ¿Vas a dejarlo pasar, así sin más?
-          ¿Qué pretendes que haga? – La descoloca, la descoloca de verdad.
-          Y yo que sé. Piensa en qué hubiese pasado si yo no hubiese aparecido y podrías darle las gracias, no te jode. Se supone que te quiere, ¿no? Y sabe de sobra el ambiente que hay a estas horas por algunas calles ¿no tendría que haber preferido diez mil veces la bronca antes de que a ti te pasase algo? ¿Es que no tiene conciencia ni remordimientos?
-          Déjame en paz.
-          Sabes que tengo razón, eso es lo peor de todo – está serio. Es una de las pocas veces, por no decir la primera, que hablan en serio.
-          ¿Y qué quieres que haga? Dime.
-          Soy yo quien hace las preguntas.
•••
  No es que siga pensando en él, porque ha pasado tiempo y le ha demostrado lo suficiente, cosas como que la distancia ha podido vencerlos a pesar de las promesas, de todo lo que lucharon para mantenerse en pie después de los bache, pero es imposible no sentir nostalgia de vez en cuando, no soñar con él. Echa de menos sus manos, sus ojos, su forma de susurrar, bueno, lo echa de menos entero. Se acurruca dentro de la cama y necesita sus abrazos, su brazo rodeándole la cintura. Y le da pena… pena de que hubiesen sido capaces de dejar todo, sin más miramientos, olvidándose de todo el camino que habían recorrido juntos, pero no puede permitirse mantener una relación con alguien que no le da importancia a sus sueños, a sus metas, y, en consecuencia, a su felicidad.
  Da media vuelta y se da cuenta de que Andrew está a su lado, recuerda dónde ha dormido, la noche anterior. Duerme de cualquier forma. No tiene ganas de despertarlo, ni de echarlo de su propia cama. Se pregunta en qué momento de la noche se habrá decidido por dormir con ella. Respira fuerte. Ella sonríe sin darse cuenta. En el fondo, es un buen chico, piensa.
  Da un salto en la cama al escuchar, de pronto, la melodía del móvil y el ruido que hace al vibrar contra la mesilla de noche. Andrew gruñe y se tapa con las mantas, como si así pudiese ahogar el ring ring. Suspira y mira el nombre en la pantalla: Chris.
  Se pasa la mano por el pelo, peinándolo hacia atrás, y coge aire antes de contestar.
-          ¿Qué es lo que quieres ahora? Son las siete de la mañana.
-          ¿Cómo estás?
-          Tengo sueño – ella tiene ganas de cantarle las cuarenta. No sabe si es que la opinión de Andrew ha hecho mella en ella o si es que ella mismo ha reflexionado pero ahora los hechos parecen agravarse.
-          ¿Llegaste bien a casa? – se para – Porque estás en casa, ¿no?
-          No llegué a casa, Chris, y, de hecho, no lo estoy.
  Andrew asoma la cabeza de debajo de las mantas y susurra «¿qué quiere?» mientras frunce el ceño. Ella le hace un gesto con la mano para que se calle.
-          Dile que se vaya a la mierda – pronuncia el chico más alto, sin importarle que Chris lo oiga.
-          ¿Quién está contigo? ¿Dónde estás? – el tono de su novio se vuelve impaciente.
-          En la cama de Andrew.
  Y cuelga. Mira el teléfono durante un par de segundos y luego se echa a reír.
-          Menudo idiota – sonríe Andrew.
  Lo que no se esperan es que medio minuto después Kate, la hermana de Andrew, abra la puerta.
-          Oh, dios mío – dice y enseguida la cierra, sin darles tiempo a explicar nada.
  Él la mira un instante, luego sigue a lo suyo. Ella se indigna, frunce el ceño.
-          ¿No piensas hacer nada?
-          Que piense lo que quiera.
•••
  Kate mira nerviosa a su hermano cuando entra en la cocina, poniéndose una camiseta. Bosteza. Él hace como que no pasa nada. Kate no se atreve a preguntar, pone los cereales encima de la mesa.
  De pronto, él ríe.
-          Deja de mirarme así, ella ya se ha ido.
-          Papá se habría llevado una sorpresa al verla aquí. Bueno… yo también me la he llevado.
-          Ya ves.

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