Pierdo el tiempo.

"Quiero hacer contigo lo que la primavera hace con los cerezos"

Lovers

viernes, 3 de septiembre de 2010

Capítulo 5

Se sorprende, de hecho, abre los ojos como platos. Chris. Su número llamando. No deja que el tono suene más de lo necesario, se apresura a descolgar. No tiene ni idea de qué es lo que querrá, si rectificar, si quizá se ha equivocado de número, si pretende reñirla.
- ¿Chris? – Es imposible contenerse. La sorpresa hace que quiera asegurarse de que es él.
- Sí, soy yo. Pero no digas nada, sólo escúchame. Tenemos que hablar. A las seis en ese café que te gusta tanto. No tardes, que te conozco.
Y cuelga, dejándola con un montón de preguntas en la punta de la lengua. Mira el teléfono durante un minuto, luego se levanta de la silla, apenas tiene tiempo para prepararse para la cita. Se pregunta si las palabras de Alex habrán hecho algún tipo de efecto.
Coge el autobús y casi llega a la hora. Se para delante de la puerta de cristal de la cafetería. Lo ve en una de las últimas mesas. No se da cuenta de que lo está observando. Entra. Él enseguida la encuentra, juguetea con algo entre sus manos. Ella no sabe si sonreír o no, se siente bastante confusa.
- Hola.
- Hola.
Se sienta enfrente. Corre uno de esos silencios incómodos. Está despeinado, algo inusual.
- Alex ha hablado conmigo – la mira a los ojos. Habla lentamente, escogiendo las palabras -. No sé muy bien qué me ha querido decir, ni lo que tú quieres, por eso me gustaría que me lo explicaras.
- Yo tampoco sé qué quieres decir. ¿A qué te refieres cuando dices «qué es lo quiero»?
- Me refiero a ti y a mí. ¿Qué es lo que quieres?
- Quiero paz, que seamos amigos.
- ¿Por qué te has acostado con Andrew?
- No me he acostado con él nunca. Traté de explicártelo, traté de explicároslo a todos pero nadie me cree. Puede que la verdad suene a excusa barata pero es la verdad y tú eliges creerla o no.
Él entrecierra los ojos, inspeccionándola. Resulta sospechoso que ella se ponga especialmente irritante cuando habla de Andrew, aunque él también sabe cuánto le indigna que no la crean cuando está diciendo algo que es cierto.
- ¿Te gusta esta situación? – Pregunta la chica.
- No, en absoluto. Eres importante para mí, eres distinta al resto – baja la mirada. Parece un poco avergonzado -. No sabes lo que me arrepiento de haberte pedido que te fueras, quizá aún seguiríamos juntos.
Ella balbucea. De confusa ha pasado a sentirse incómoda.
- No, lo nuestro habría acabado de todas formas, tarde o temprano, más temprano que tarde.
- ¿Por qué? Creí que me querías – suena duro.
- Querer es algo muy grande, Chris, no lo digas a la ligera. Te aprecio, me has ayudado muchísimo pero no puedo decir que te quiero. Esto ha dejado de tener sentido hace tiempo, no sé cuándo me he dado cuenta pero es así.
Parece indignado, muy indignado, a punto de estallar. Una mueca en su cara le da un aspecto extraño.
- Mentiste. Me mentiste siempre.
- No te he mentido nunca y no me hables así.
- Claro que sí. Vete a la mierda, Graciela.
- ¿Otra vez igual? ¿No querías que te lo explicara? Lo que a ti te pasa es que si no escuchas lo que quieres te enfadas, pero no puedes ir con esa actitud en la vida. Si no querías la verdad no me la hubieses pedido. Y el que se va a la mierda aquí eres tú.
Se levanta. Coge el bolso y ni siquiera paga. Echa humo. Le da una patada a una lata tirada en la calle. Se contiene para no patalear. Estará poniendo una cara horrible pero no le importa. Le saca de sus casillas que Chris se comporte de esa forma, le dan ganas de volver y darle una bofetada para que reaccione.
Claro que no lo quiere, mentir habría sido una gran equivocación, lo último que desea es jugar con los sentimientos de alguien. Y no, nunca le ha mentido, está segura de que sus labios sólo han pronunciado un “te quiero” para una persona y esa persona es Bruno.
La nostalgia le agarra el corazón y lo exprime una vez más. Las fuerzas parecen querer fallarle. Los pasos se vuelven más vulnerables, no tan seguros como cuando hace unos segundos estaban respaldados por la rabia. Bruno, las cosas no tienen sentido sin ti.
Coge el autobús y se deja caer en el asiento. Empieza a llover. Las gotitas chocan contra los cristales. La gente en la calle corre a resguardarse. Ella baja la cabeza y la hunde entre las manos, es uno de esos momentos en los que de repente uno pasa a encontrarse a un kilómetro por debajo del nivel del suelo, sin entender muy bien el por qué.
Claudia la consuela más tarde, sin entender también. Intenta sonsacarle algo más, pero ella siempre repite lo mismo. No sabe qué es lo que tiene que decir o hacer. Graciela parece abatida totalmente; ha parado de llorar pero su cara lo dice todo. Le pide que la deje sola, al principio, Claudia se niega pero después no puede resistirse a esos ojos suplicantes.
Graciela se queda sola un rato antes de que Víctor y los niños lleguen. Intenta contagiarse con la alegría de Sara y olvidarse una vez más.
•••
Lo ve. Sale de la casa riñendo, gritando. Su padre hace lo mismo. No entiende muy bien qué es lo que dice. Abre la ventana disimuladamente, aunque no cree que en esos momentos nadie se fije en ella. Nunca lo ha visto tan enfadado, ni punto de comparación con cuando la había “rescatado” la noche que Chris la había echado de casa. Se dirige hacia el coche, su padre se queda a mitad de camino pero sigue gritando, incluso más. Andrew le hace el corte de manga un segundo antes de entrar en el vehículo, dando un portazo.
Se pregunta el por qué. Aunque no supiese demasiado sobre su vida, sabe que él ha tenido algunos problemas con su padre, pero nunca algo parecido.
El coche arranca de forma brusca. El padre de Andrew se queda mirándolo durante varios segundos, después se vuelve y camina con decisión de vuelta a dentro de la casa. Casi lo puede escuchar murmurar por lo bajo.
- ¿Has visto eso? – Mateo no se molesta en llamar a la puerta antes de entrar. Le encantan los problemas, sobre todo cuando no lo incumben.
- ¿Sabes qué ha pasado? – De alguna manera extraña, se preocupa.
- No tengo ni idea, pero su padre parecía muy enfadado.
- ¿Has escuchado lo que se han dicho?
- Por encima, pero no lo tengo muy claro – ella le hace un gesto con la cabeza para que siga -: algo como que no quería volver a verlo.
- Vaya… ¿lo habrá echado de casa?
- Es posible, creo que no le gustaba que tocara en ese grupo.
- No creo que fuese por eso, me parece poco irrelevante.
Mateo se encoge de hombros. Mira su reloj caro y parece darse cuenta de la hora que es. Sin decir una palabra para despedirse, se marcha, hace mucho tiempo que ha dejado de ser educado, ni siquiera le interesa serlo.
Siempre se encuentra fuera de casa, ella no sabe cómo lo hace. No le importan los estudios, pero de alguna forma se las arregla para aprobar todas las asignaturas. La única afición que tiene es montar y desmontar cosas, lo que sea. También muestra especial interés en hacerse el duro, en fumar y en ligar con chicas.
Había conocido a Mateo cuando era un niño. Víctor y Lidia solían visitar a los padres de ella todos los veranos, en Navidades y, muchas veces, en la semana santa. Los recuerda desde que le alcanza la memoria. Sus padres confiaban en ellos como si se tratase de la familia, por eso quizá nadie había dudado que en su casa se encontraría mejor que bien.
•••
Coge el autobús. Saca la nota del bolsillo de sus vaqueros y la lee de nuevo, ya se lo sabe de memoria pero quiere asegurarse. Una calle. Una dirección. Un número. Vuelve a guardarla. Está un poco nerviosa, por alguna razón extraña. Ha anotado la información a escondidas cuando escuchó que Víctor lo decía. No quiere que nadie sepa a dónde va.
Su parada y se baja. Tiene que andar. Ordena en su cabeza qué es lo que dirá, aunque no lo tiene claro en absoluto. Entra en el edificio sin llamar al telefonillo, alguien ha dejado la puerta abierta. Piensa que tiene suerte.
Sube las escaleras y se para delante de la puerta. Las paredes son blancas, sin nada, sin vida. La luz es débil y se pregunta qué clase de gente vivirá en un lugar tan lúgubre.
Se peina el cabello y llama al timbre. La puerta es de madera clara, gastada, tanto como el felpudo bajo sus pies, que ya ha perdido toda la utilidad que antes tenía. Espera. No sabe en donde posar la mirada. La puerta se abre.
Un chico alto, con el pelo muy corto y con un piercing en la nariz y otro en la ceja la mira extrañado. No dice nada. Tiene el ceño fruncido y parece tan confundido como ella, que saca la nota de nuevo y la revisa. No se ha equivocado pero no es esa la clase de compañía con la que se relaciona Andrew, aunque, a estas alturas, ya no hay nada sobre él que pueda sorprenderla.
- ¿Quieres algo? – no se molesta en ser educado. La inspecciona de arriba a abajo. Tiene una mano aferrando la puerta aún y parece dispuesto a cerrarla en cualquier momento.
- Buscaba a Andrew. ¿Está aquí?
No contesta, en su lugar, grita el nombre del chico y la deja esperando, sin invitarla a pasar.
Escucha como una puerta se abre. Observa lo poco que ve de dentro de la casa: tiene tan poca vida como el resto del edificio, hay una silla y las paredes están pintadas de un color claro que no se sabe muy bien cuál es.
Andrew. También la mira extrañado. Entreabre la boca para decir algo pero luego se calla, no encuentra qué decir. Ella y el brillo de su cabello contrastan con las paredes mates. Está de mal humor. Le duele la cabeza.
- ¿Qué haces aquí? – casi es un susurro. Ella nota el tono amargo de su voz, algo totalmente inusual.
- Quería saber cómo estás.
- Estoy bien, gracias – intenta cerrar la puerta pero ella lo frena apoyando una mano. Hace fuerza pero él apenas se resiste, baja la mirada durante largos segundos y luego la vuelve a subir -. ¿Qué es lo que buscas con esto?
- Hablar.
Duda durante un tiempo pero luego se retira a un lado, dejándola pasar y haciéndole una señal con la cabeza para que lo siga.
Ella no se equivocaba, el apartamento carece de cualquier elemento decorativo, sólo hay lo básico. No puede evitar hacer comparaciones en una vivienda como esta y en la que vivía hacía apenas unos días.
La lleva a su habitación. Él se sienta en la cama y coge la guitarra que antes tocaba. Lo único que sabe hacer en momentos en lo que el resto no tiene sentido es tocar. No la invita a que se siente. Ella cierra la puerta, no le apetece que nadie escuche su conversación, y se sienta al lado de él.
- ¿Qué ha pasado exactamente? – le pregunta a Andrew.
- Creía que era la última persona de la que te preocupabas.
- Quiero hablar en serio, no me apetece bromear.
- Estoy hablando en serio.
El tono cortante, que no sea capaz de verla a los ojos… es como una invitación a que se vaya por donde ha venido.
- Tu padre te ha echado de casa – es una afirmación, no una pregunta.
No contesta, sigue con los acordes de la guitarra.
- Oye – prosigue ella -, si no tienes un lugar donde quedarte puedo buscar algo para ti, además, Víctor no tendría ningún problema en que te quedaras en casa.
- No quiero tu compasión, Grace. ¿Por qué no me dejas en paz?
- ¿Qué? Sólo intento ayudarte – empieza a enfadarse.
- Pues resulta que no quiero tu ayuda.
- ¿Siempre tienes que ser así?
- ¡Soy así! Y si no te gusta te largas, ni siquiera sé porque has venido, estoy harto de todo este teatrillo, si se tratase de cualquier otro momento estarías insultándome.
- Tranquilo, ya te dejo en paz – y se levanta, muy enfadada, muy indignada.
- Oh, menos mal. Creí que tendría que decírtelo más claro.
- Eres un idiota.
Sale dando un portazo.
Él se queda quieto. No toca ningún acorde más. Tiene la mente en blanco. Aún parece escuchar el eco del portazo, la voz de ella llena de rabia. No sabe qué hay de diferente en esta vez de las otras, tal vez los factores externos.
Se pregunta qué la habrá movido a venir hasta aquí, a ofrecerle su ayuda.
Sabe lo que quiere pero no a dónde quiere llegar. Nunca había pensado que un enfado con su padre lo podría afectar así, pero no es sólo el hecho de que lo hayan echado de casa, sino más bien el futuro próximo, que se ve como una especie de borrón.
Siempre ha sido alguien independiente. No es que no quiera a su familia ni a sus amigos pero hay algo dentro que le impide ser tan dependiente de ellos como el resto del mundo. No tiene miedo a la soledad, es más, le gusta. Sabe que es alguien difícil de llevar por eso comprende que a veces la gente se enfade con él.
Se pasa una mano por el pelo.
Le hubiera gustado pararla. Le hubiera gustado pedir disculpas. No quiere la ayuda de nadie pero eso no significa que no pueda agradecerla. Uno de sus grandes defectos es dejarse llevar tanto por los sentimientos, no saber ver las cosas de una forma objetiva a menos de que pase un tiempo, justo como ahora.
Coge aire. Deja la guitarra en el suelo. Se tumba y mira el techo.
•••
No lo entiende. Bueno, ni siquiera se entiende a ella misma. ¿Teatro? Ella nunca hace teatro, no sabe actuar, la risa tonta enseguida la delata. Mete las manos en el abrigo. Se fija en sus pies, caminando por la acera. Tendrá que esperar unos diez minutos hasta el próximo autobús y poder volver a casa. Una sensación de enfado y malestar la ha llenado desde que salió por la puerta del apartamento.
Mira el cielo, que está gris. Comenzará a llover pronto.
Se sienta en la parada del autobús. Enseguida llega una mujer, que se queda de pie esperando.
Es como si sintiese que le hubieran dañado el orgullo. Tiene ganas de patalear.

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