Desordenas. Llegas y das un manotazo de esos que mandan
por los aires al mundo, al tiempo y a todo lo que pueda tener pies y cabeza y
te quedas tan tranquilo, con esa sonrisa hecha de ternura, de querer comerte.
Llegas y me das un beso y qué importan los días esperando, ya no hay mirar
atrás y contar, ya no hay mirar hacia delante y morderse las uñas. Y bombardeas
en mis ojos desde los tuyos, sin piedad, bombas de qué: de “gracias por todo”,
de “tranquila, ya estoy aquí”, de “qué
importan los demás”. Llegas, desordenas y sin embargo haces ver todo más claro
- quizá es esa primavera que traes siempre bajo el brazo- y, ¿sabes? Hoy, lo
único que quiero que sepas es que estoy aquí, y que lo voy a estar siempre, y
no hablo ni de un mes, ni de un año, hablo de poder seguir paseando contigo
rodeándome los hombros con tu brazo –aunque a veces te diga que eres un pesado-;
de seguir haciéndote cosquillas y poder verte reír como un niño de ocho años; de
sentarnos en ese banco que se veía desde la ventana –o ese otro al lado del
mar, o cualquier otro que te guste- y escuchar música mientras te paso la mano
por el pelo o simplemente ver a la gente pasar; y de poder despertarme y verte
durmiendo, a saber en qué posición, y que refunfuñes cuando intente
despertarte; y de apoyar la cabeza en tu hombro en el bus – o en el metro o en
lo que quiera que vayamos-; y de que me acerques a ti y me des un beso dulce en
el momento menos pensado y de que... de que sigas llegando y de que sigas
formando este desorden que huele como a ti.
2 comentarios:
Qué dulzura...
''Lloro. Mierda.'' (Al menos, esto era Desi ayer por la noche, cuando te leía y escuchaba a Yann por detrás)
Publicar un comentario